viernes, 25 de diciembre de 2009

DE LA FE Y LA RAZÓN




Si he de ser sincero, confieso que en Ágora, la última película de Alejandro Amenábar, esperaba encontrar la típica idealización de la ciencia, con esa imagen distorsionada del pasado, heredera de la tradición ilustrada, plagada de científicos bondadosos y ecuánimes enfrentándose a una horda de religiosos malos y fanáticos que barrería Alejandría, quemaría su biblioteca y asesinaría a Hipatia en el mismo acto final. Y bueno, algo de eso hay, especialmente en torno a la figura de la protagonista (Raquel Weisz). Pero también cabe afirmar que la cinta está bien matizada, especialmente en ciertas escenas y personajes. Otra cosa son los guiños al gran público, propios de una gran superproducción –pese a ser española, quién lo diría- que hace que la película se convierta en una ficción histórica, con la consiguiente tergiversación de datos en favor de la trama.


En todo caso, cabe reconocer el impecable trabajo de documentación de Amenábar (véase la sección de asesoramiento histórico en la web de la película). La clase patricia, que había dirigido el Imperio romano hasta entonces, queda claramente retratada como un grupo de origen aristocrático y buena educación más preocupado por la posible sombra que los cristianos puedan hacerle, que por solventar los verdaderos problemas de la sociedad de la época: la esclavitud –y por tanto, el sistema económico-, y la moral.


En este sentido, se muestra la ciencia pagana con todos sus claroscuros, especialmente mediante la figura de Teón (Michael Lonsdale), el padre de Hipatia -al que cuidará la protagonista en su lecho de muerte-, un científico abnegado preocupado por la conservación de manuscritos científicos pero que, indignado por el fanatismo de los cristianos en el Ágora, castiga a su supuesto criado cristiano de la misma forma irracional que critica.


También se retrata la mísera vida de los esclavos y las condiciones infrahumanas en que vivían las clases más pobres, que fueron el ejército en que se apoyaron los líderes cristianos para tomar el poder en el seno del Imperio. Esto hará que el protagonista masculino, Davo (Max Minghella), abrace la fe al darse cuenta de que la ciencia y el estudio del cosmos son incapaces de ofrecerle una solución.


Ese giro político está muy bien plasmado, así como el transfuguismo, en este caso espiritual, de muchos antiguos paganos con ambiciones políticas, que acabaron comulgando con el cristianismo para mantener intactas sus oportunidades de promoción. Es en torno a esta tensión política que se estructura la película mediante la rivalidad entre Orestes (Oscar Isaac), que representa al poder político con un pasado religioso cuando menos sospechoso, y Cirilo (Sammy Samir), personificación del poder religioso que ambiciona el político y no escatima en echar mano del fanatismo para sus fines. Aunque es de agradecer que no todos los religiosos que aparecen en la película sean de ese estilo. Sinesio de Cirene (Rupert Evans), antiguo discípulo de Hipatia –como en la realidad fue-, se presenta como obispo y filósofo platónico interesado en la ciencia y la astronomía, pese a que también se le otorgue el papel del traidor. A él es a quien protege la protagonista durante el asedio y posterior destrucción del templo de Serapis y de su Biblioteca (decretada por el césar), que no de la famosa Biblioteca de Alejandría, arrasada mucho antes y que se desliga de la trama del asesinato de la astrónoma (siento el spoiler, aunque a estas alturas creo que todo el mundo conoce el final de la historia), alejándo a esta versión de otra visión idealizada de los hechos, la de Carl Sagan, gran divulgador científico, historiador de la ciencia poco riguroso.


Precisamente, muchos son los detalles sobre historia de la ciencia bien resueltos en el film: el grado de conocimiento del cosmos de la ciencia ptolemaica, la resolución de problemas matemáticos relacionados con las cónicas, o la desmitificación de la creencia de que la Tierra era plana para todos los antiguos en una escena dialogada que disecciona a la perfección las diferencias entre el conocimiento popular y el de las élites romanas. Sin embargo, finalmente Amenábar se deja llevar por el idealismo que siempre ha impregnado este relato y acaba convirtiendo a Hipatia en un ser imposible de tan perfecto, en la linea del Doctor Zhivago de David Lean.


El guión aleja a la protagonista de los problemas sociales y políticos de su época y la embarca en una apasionada investigación científica. La hace artífice de los experimentos que pensará Galileo en su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, de las mismas preguntas que se hiciera Kepler para su modelo del Sistema solar, y de la elaboración correcta de la teoría heliocéntrica 11 siglos antes de que la postulara Copérnico. Cómo si la ciencia no requiriera del avance de una tecnología que los romanos no tenían para la construcción de los instrumentos que permiten las mediciones y la elaboración de teorías. Cómo si la ciencia no necesitase de un bienestar económico para su desarrollo, del que empezó a carecer el Imperio romano durante el siglo IV. Esa condición, yo diría que necesaria y que en el fondo planea por toda la cinta, queda tergiversada por el habitual enfrentamiento entre fe y razón que pretende la película, que también esconde la verdadera pugna por el poder entre las ciudades de Alejandría y Constantinopla, y de la que Hipatia fuera una víctima política más que una mártir de la razón.


Me temo que el director se ha dejado influir por esa idea predominante en Occidente que afirma que las sociedades basadas en la razón son mucho más justas con las mujeres. Nada más lejos de la realidad véase la siguiente reseña de Sánchez Ron en Babelia). En la antigua Grecia la mujer no tenía derechos de ningún tipo. Y en la Europa racionalista no obtuvo el derecho a sufragio hasta pleno siglo XX (en Francia hasta 1944 y en Suiza hasta 1971), casi cinco siglos después de la denominada revolución científica. Por no hablar de las enormes dificultades de las mujeres para sacar adelante una carrera profesional en un mundo tan sumamente machista como el científico. Es más, la película no cuenta como, una vez considerado Cirilo sospechoso de la muerte de Hipatia, fue una mujer, Pulqueria, la hermana del emperador de Oriente, Teodosio II, quien le protegió ante las autoridades. Ni que las conversiones al cristianismo de muchos notables romanos se debieron a mujeres que eran fervientes cristianas. Sus madres y esposas, como en el caso de San Agustín o del emperador Constantino, quien legalizara el cristianismo en el seno del Imperio. Por cuanto la relación entre razón, ciencia y feminismo se tambalearía.


De hecho, Amenábar llega a hablar en la web de la película del traspiés de la civilización antigua con la llegada de la Edad Media y la paralización del mundo durante 1 500 años. Una visión eurocéntrica. Porque el mundo no se paralizó durante ese tiempo. Se detendría el Imperio romano, desgastado por las luchas internas o las invasiones bárbaras y con una economía agraria latifundista poco medioambiental ya agotada. No así en los lugares en que emergió la riqueza y donde las contribuciones a la ciencia y la matemática fueron muy importantes: China, India o el mundo del Islam, primera cultura en que los comerciantes alcanzaron el poder político. Justamente fue el Islam el gran damnificado por la Ilustración europea, pese a que en su seno se conservo la cultura clásica y que tuvo su propia revolución científica en torno a la Escuela de Maragheh, en la que se postuló nuevamente el modelo heliocéntrico que haría famoso Copérnico (a este respecto, muy interesante este enlace). Y es el Islam el invitado oculto de la película, al haber sido elegidos en el casting actores de origen árabe para realizar los papeles de los personajes más fanáticos, en clara referencia al gobierno de Irán y su conflicto con el mundo judío. Una simplificación que esconde la verdadera relación de un gobierno fundamentalista como es el iraní con la ciencia. En concreto, con el programa sobre energía nuclear que se lleva a cabo allí, y que refleja que fe y razón no tienen unas fronteras tan delimitadas como a veces se pretende creer y que ya tratamos aquí.


En definitiva, una película con importantes logros en los aspectos histórico y científico, y que retrata bien ciertas conductas de la naturaleza humana. Pero que peca de excesivo idealismo en los símbolos fundamentales de la trama en donde podría haber dado buenas respuestas en un momento tan crucial para el pensamiento crítico y la ciencia, cuando volvemos a enfrentarnos a conflictos de alta envergadura como ocurriera durante la decadencia del Imperio romano, tales como el calentamiento global, la contaminación, la escasez futura de recursos por culpa de un sistema capitalista excesivamente agresivo que está contemplando el techo de su crecimiento económico, y las enormes desigualdades entre países ricos y pobres. Una gran oportunidad para el conocimiento científico para justificarse como algo útil y encontrar soluciones racionales para la humanidad más allá del estudio del cosmos. Soluciones que no se obtuvieron en Alejandría pese a su magnífica biblioteca. A fin de cuentas y con la perspectiva del tiempo, no parece que el cristianismo fuera la única alternativa viable.

viernes, 4 de diciembre de 2009

MONSTRUOS LITERARIOS

Atractivo encuentro el de literatura mutante que tuvo lugar los pasados 27 y 28 de noviembre en La Casa Encendida de Madrid (Ctrl + Alt + Del. Reiniciando al mosntruo). Una suerte variopinta de escritores coordinada por Javier Moreno (autor del fascinante Click y que estuvo un tanto quisquilloso en sus observaciones como moderador) con al menos un punto en común, la utilización de otros formatos (visuales, tecnológicos) además del texto en sus escritos. Esa es la causa de que se les denomine mutantes (o pangeicos desde el punto de vista de Vicente Luis Mora). Aunque tras la impresión recibida con las ponencias y la noticia anunciada por el propio Mora en su blog, parece que hayamos presenciado el acta de defunción de los mutantes como grupo literario al uso. Otras cosas habrá que nos deparará el futuro.


Como es habitual en este tipo de reuniones, el resultado fue irregular. Frente a intervenciones impactantes, se pudo asistir a otras más planas, tal vez no en el contenido, pero sí en el formato expositivo.


En AUTOPSIA DEL MONSTRUO: EL CIENTÍFICO COMO FREAK, Germán Sierra hizo una genealogía del monstruo en la literatura apoyada por un magnífico soporte visual en Power Point. Sierra diferenció entre el monstruo metafísico del deseo de conocimiento que inspiraría el Frankenstein de Mary Shelley y que evoluciona en paralelo con la historia del pensamiento europeo, y el monstruo natural o inadecuado, simbolizado por el Dorian Gray de Oscar Wilde y donde se trata al monstruo como metáfora del experimento. Sierra finalizó su intervención con imágenes de bioarte sumamente impactantes. Javier Fernández, por su parte, hizo una disertación sobre el método científico desde una perspectiva epistemológica para que se tuvieran en cuenta las diferencias entre ciencia y literatura. El tema era interesante, pero la exposición oral resultó un tanto pesada y exigente para un público más interesado en la literatura que en aspectos de filosofía de la ciencia.


Jorge Carrión y Robert Juan-Cantavella nos deleitaron en un TALLER DE TRADUCCIÓN MUTUA cargado de humor mediante una biografía deconstruida del rival en que fuimos testigos de su proyectos pasados y futuros. Hubo perlas como las canciones punk-hardcore de la juventud de Robert o las anécdotas sobre el "ansia de poder" de Jorge para acabar dirigiendo una revista literaria por la que no se cobra y que da más quebraderos de cabeza que poder en sí mismo como es Quimera.


En la mesa dedicada a TRES NARRADORES SINGULARES, Óscar Gual hizo una interesante disertación sobre tecnología y literatura en la que alertó del peligro de utilizar la ciencia y la tecnología en las narraciones únicamente por motivos estéticos cuando habría que buscar razones más profundas. En este sentido, diferenció entre malas praxis que lo único que hacen es salvar el culo de los malos escritores frente a buenas praxis como la llevada a cabo en la serie televisiva The Wire o en la última novela de German Sierra, Intente usar otras palabras. En el turno de preguntas pudimos escuchar como un programador contrastado como Gual considera que la palabra es el formato más eficiente a la hora de expresarse mientras que muchos de los escritores presentes en el acto están deseando que los lenguajes informáticos entren a formar parte del texto. Lástima que Gual no utilizara un soporte más mediático para apoyar una intervención tan sugerente. Doménico Chiappe, por su parte, presentó su proyecto narrativo, Tierra de extracción, en donde intentó construir una serie de planos narrativos aprovechando la informática. Reconoció que la tecnología les superó en este caso y que más que hablar de narradores mutantes cabría hablar de escritores híbridos entre el ordenador y el libro. Sin embargo, al final de su exposición se descolgó con una propuesta muy sugerente, la elaboración de una literatura que no requiera de texto y se apoye en la tecnología. Nada menos. La última contertulia, Mercedes Cebrián, hizo una disertación sobre poética, originalidad y plagio a partir de su charla sobre las relaciones entre fotografía y literatura. Puso de relieve la tensión entre manido y original a partir de sus propias instantáneas de viaje y las muy interesantes fotografías de Michael Hughes y Martin Parr, demostrando que la línea entre amateurismo y profesionalidad es cada vez más difusa.


La jornada del sábado se inició con la furiosa sesión TEORÍA DEL MONSTRUO: EL CRÍTICO COMO FREAK. Y digo furiosa tanto por las intervenciones de Eloy Fernández Porta y Vicente Luis Mora, como por las furiosamente interesantes ideas que se cotejaron en el turno abierto de palabras. Fernández Porta, que parecía sobreexcitado, hizo una disertación cargada de ironía a partir de dos artículos de crítica aparecidos en el suplemento cultura|s de La Vanguardia. Uno de Masoliver Ródenas y el otro de Kiko Amat. Uno escrito desde la emotividad del honesto labriego castellano, el otro desde la de un punk-mod-rocker. Uno desde la madurez, el otro desde un romanticismo proadolescente. Pero ambos excluyendo la sensibilidad de las mujeres, de los gays, de las lesbianas. Mora, por su parte, se apoyó en una entrada de su blog con imágenes de relojes para diseccionar las relaciones del tiempo en nuestra sociedad (el tiempo y la propiedad privada, el tiempo y la propiedad del cuerpo, el tiempo como explicación, las teorías de instante final) para acabar concluyendo que todo va unido a un interés comercial, que siempre hay alguien que se aprovecha de eso para hacer que nuestras jornadas laborales actuales sean de 24 horas. E hizo la propuesta de tratar de detener el reloj del monstruo del sistema. En el debate posterior, y a instancias de la intervención del público, surgieron temas tan variopintos como el de la censura, la imagen de los apóstoles en la Santa Cena, primera comunidad de amigos al estilo de las redes sociales según Javier Moreno o la presentificación del futuro. Pero sobretodo, hubo un debate sobre la novedad y la obsesión con la innovación en literatura entre varios miembros del público y que puso en evidencia la tensión de los mutantes con otros sectores literarios que dicen perseguir la calidad y en el que me quedaría con la propuesta final de Mora de intentar construir una literatura para el siglo XXI, para los lectores del siglo XXI con su idiosincrasia. Hasta Fernández Mallo hizo una interesante intervención afirmando que él no buscaba la novedad cuando leía. Lo que no fue tan interesante fue la forma de intervenir, a destiempo, sin esperar a que el moderador le diera la palabra, en medio de un debate donde otra gente quería pedir la palabra. Puede ser que Fernández Mallo sea una de las voces más originales en la actualidad, puede ser que tenga demasiada presión por culpa de la resonancia que ha tomado su nombre, pero eso no le da derecho a saltarse las normas de un acto colectivo. Tal vez piense que con esa actitud su figura pública gana, yo creo que pierde.


En lo que Agustín Fernández Mallo si gana, es en sus lúcidas charlas públicas, esta vez en compañía del crítico Jordi Costa en la sesión MÁSCARAS MUTANTES: EL FREAK O EL MONSTRUO. Costa nos sorprendió con Harpya, de Raoul Servais, el corto ganador del Festival de Cannes en 1979.





Una parodia del terror clásico que se acaba convirtiendo en un corto de miedo que le permitió hablar de la simbiosos entre lo humano y la animación. De ahí a monstruos freaks como Michael Jackson o los modelos de las fotografías de Diane Arbus sólo había un paso. Fernández Mallo leyó un relato muy lírico, soporte gráfico incluido, en el que narraba su estupefacción tras encontrar en el suelo de su propia casa una rebanada de pan con un agujero en el centro y que le permitió definir su perspectiva de lo monstruoso: aquello que no está en su propia naturaleza. Nuevamente genial. Luego vino la batería de preguntas que se está volviendo habitual tras las intervenciones públicas de Fernández Mallo desde su éxito editorial con las nocillas y que ya cansa un poco. Cansa que un auditorio se llene de gente con la intención de polemizar con el autor porque ha tenido la suerte de destacar por su originalidad en el panorama literario, para que después desaparezcan y no tengan el mínimo interés por las otras sesiones de un evento que se supone colectivo. En fin.


La recapitualción del fenómeno monstruo estuvo a cargo de Juan Francisco Ferré y Manuel Vilas en la sesión MONSTRUOS S.A.: EL NARRADOR MUTANTE, ilustrada por los dibujos del artista Jesús Andrés en torno a la figura de Gregor Samsa y donde Ferré desplegó una oratoria espléndida y Vilas fue sumamente divertido con su ironía sobre el futuro y los relatos con que nos deleitó. Escuchamos algunas de sus referencias como Tarantino, Cronenberg, Shelley, el Universo, Rabelais o el Carrefour. Ambos llegaron a la conclusión de que los mutantes tienen futuro (¿?), y que lo monstruoso es otra cosa: la propia vida, la naturaleza, la pobreza, las viejas glorias del rock aún vivas, la racionalidad extrema, eso es lo monstruoso.


Para finalizar, una nueva sesión de Fernández&Fernández:





Y eso es todo amigos.

sábado, 21 de noviembre de 2009

EL JAZZ DIGITAL

Dentro del ciclo de tertulias en el Palau de la Virreina, MIRADES ENTRE CIÈNCIA I ART, ayer tuvo lugar la sesión dedicada al jazz digital, con la presencia de Ramon López de Mántaras y Laura Simó. Se trató de como la inteligencia artificial puede desarrollar programas que, a partir del análisis de partituras, permiten combinar segmentos armónicos a partir de criterios de similitud, recombinando las notas y creando nuevas melodías. Aunque también quedó claro que la voz humana, de momento, todavía es insustituible, por mucho robot musical que se invente.


Para la mente del astronauta será un shock. Él me explicará que en el futuro todos los instrumentos serán electrónicos, y eso revolucionará la composición misma. Me revelará que la impresión de un contemporáneo mío al viajar en el tiempo hasta su estación orbital para contemplar su estudio de grabación será más fuerte que la misma operación hecha por un discípulo de Pitágoras a Salzburg para presenciar una orquestación de Mozart. Al parecer, la mayoría de los instrumentos de la música clásica tienen un pasado también clásico, aunque de un clasicismo grecolatino. Mientras que la electrónica es un nuevo paradigma por descubrir. Y eso que la voz seguirá siendo humana.



jueves, 5 de noviembre de 2009

CIENCIA Y LITERATURA: EL PROYECTO NOCILLA

A estas alturas de un proyecto tan bien publicitado por su propio autor, no seré yo quien revele la clara influencia de la ciencia en la poética de Agustín Fernández Mallo (AFM). Tampoco pretendo realizar una crítica literaria al uso de toda la trilogía. Para eso existen reseñistas que ya han hecho su trabajo a la perfección coincidiendo con el lanzamiento de cada uno de los volúmenes. Esto es un ensayo sobre esas conexiones entre la ciencia y la literatura y la visión del mundo de AFM a partir del Proyecto Nocilla que, pese a ser conocidas, no suelen tener espacio para un análisis más profundo en las reseñas periodísticas. Mi contribución a intentar comprender un fenómeno que está teniendo lugar en las letras españolas y donde los temas científicos interesan notablemente a los escritores.


Lo de la influencia de la ciencia y la tecnología en la narrativa de AFM, a día de hoy, es de perogrullo. Han sido muchos los lectores –críticos o no- que lo han comentado y no seré yo quien insista en el tema. En todo caso, haré una ligera apreciación. Existe en su obra una influencia que es visible, imbricada en su poética y que vamos a llamar ciencia visible. Y otra más profunda, casi metafísica, relacionada con la estructura formal de sus novelas y la visión del mundo que tiene el autor -que evidentemente, no está desconectada de su poética y muestra que las relaciones siempre son complejas-, que llamaremos ciencia invisible.




Ciencia visible


Esa influencia directa se observa a partir de los contenidos de sus textos: las citas científicas de Nocilla Dream (ND), la aparición en los relatos de fórmulas y constantes físicas que se llegan a colgar de una azotea en Nocilla Experience (NE), la introducción de conceptos de física de partículas elementales en el monólogo de la primera parte de Nocilla Lab (NL), el uso de números decimales y escalas, la obsesión en la cuantificación de las micronaciones, los muchos científicos que figuran como personajes, los muchos personajes no científicos interesados por la ciencia, los laboratorios y objetos científicos, las referencias a la ciencia ficción o la combinación entre fragmentos de Rayuela y teoremas de topología matemática, por enumerar algunos elementos de lo que se observa una larga lista.


Estos contenidos se presentan en una mixtura que parece espontánea con elementos de la cultura pop, el pensamiento o la literatura. El fragmento 18 de NE, donde se mezclan agronomía, sociología, física de partículas, filosofía, cultura pop y arte conceptual en un mismo texto es paradigmático. Mucho más importante resulta esa presencia en la primera parte de NL, donde el autor pretende revelarnos su mundo interior y cómo se ha fraguado su Proyecto. Sólo con esos fragmentos podemos afirmar que AFM supera en sus textos la polémica de las dos culturas. De hecho, el autor no se identifica para nada con esa separación en dos culturas, que considera “el gran timo de Nuestra Era”. Podemos afirmar pues, que la ciencia forma parte intrínseca de la poética del autor.


Por otra parte, AFM siempre ha defendido la cita fuera de contexto posmoderna como uno de sus métodos de creación predilectos. Hay por tanto, razones posmodernas y de interdisciplinariedad –cuidado con la palabreja- en la utilización de estos contenidos. También existe una razón de convivencia cotidiana del autor, físico de profesión, especializado en radiología. Para AFM la ciencia forma parte de la cotidianidad y del saber general de manera “natural” (no en el sentido ecológico, obviamente). Pero además, los conocimientos científicos que relatan los personajes de sus no-novelas se sacan del cualquier parte -de la televisión, de Internet, de un libro o una revista y hasta de un diálogo- y no sólo de la formación del protagonista. A fin de cuentas, así es la sociedad occidental contemporánea: la ciencia, la cultura pop, los libros, los edificios, el consumo, el arte y las personas coexisten diariamente. Sin embargo, eso era algo impensable para muchos de los literatos españoles del XIX o el XX –excepción hecha de Benet, Martín Santos o Echeagaray- cuando apenas si existían profesionales de la ciencia más allá de la universidad, o la divulgación científica interesaba tan sólo a unas determinadas élites. Ese sería de por sí un factor que ilustra el cambio de los tiempos y la aparición de un escritor como AFM.






Ciencia invisible


Si se analizan las obras del Proyecto Nocilla en profundidad, se observan diferencias más allá de contener la misma poética. En ND la ciencia está presente inicialmente en forma de citas de otros científicos. No es hasta la entrada 22, con la aparición de Niels, el zoólogo danés, y la 25 con una reflexión sobre la Teoría de Catástrofes, que podemos apreciar textos del propio autor sobre ciencia y tecnología. En cambio, en NE la apuesta por elementos científicos se observa desde el principio. De las 20 primeras entradas, 9 tienen relación con elementos propios de la ciencia y sólo la primera es una cita. Precisamente, las citas en este volumen se vertebran en torno a otros elementos culturales: Apocalipse Now y el libro El pop después del fin del pop. En NL, la física de partículas y la energía nuclear aparecen en la primera parte; temas de ecología y biología en parte de la primera y más abundantemente en la segunda, y numerosos elementos tecnológicos en la tercera. El hecho de estas diferencias en mi opinión está condicionado por la estructura formal que el autor ha querido dar a cada uno de los volúmenes, que paso a exponer a continuación, y que demuestra que las razones que mueven a AFM son eminentemente estéticas –poéticas diría yo. En este sentido, me parece relevante decir que los distintos libros están estructurados en formas que suponen una influencia de la ciencia más invisible y que contienen las concepciones del autor.

En el primer libro, como ya algunos críticos han comentado, la estructura tiene forma de árbol. La imagen que sustenta el texto es un árbol plagado de zapatos colgados de sus ramas. La explicación de ese fenómeno supone el clímax de la narración y las conexiones ramificadas sin una jerarquía clara son las que vertebran las distintas historias del texto. La ciencia es una rama más de ese árbol aunque también sea un modelo explicativo que ayuda a comprender la imagen del árbol. Algunos lectores críticos lo han tachado de superficial y poco narrativo. Yo pienso que si la idea es reconstruir el mundo como un árbol, las historias sólo deben estar ligadas por un nudo en una rama, un pequeño punto en común, y lo importante es la imagen global, que AFM elabora de forma muy sugerente. Se trata del sueño del escritor tal como se puede contemplar en la portada del libro –que el autor suele cuidar en detalle para que esté en consonancia con el mensaje-, su imagen del mundo donde el espacio es el desierto posmoderno, y la plasmación de sus inquietudes (la estética, la soledad) predomina en los relatos, que son su representación particular del rizoma. Existen pues, razones conceptuales que justifican esta estructura. La analogía con el rizoma de Deleuze y Guaitari es evidente. Pero tampoco debemos olvidar que tanto el árbol como la red neuronal son organismos sujetos al estudio científico.







En
NE se habla de parchís por su simbolización del caos. En esencia, el mundo es como un gran tablero de juego, un experimento (como demuestran sus personajes, todos experimentadores). Ahí radica la importante presencia de la ciencia, paradigma de la experimentación, en el arranque del libro. De nuevo, es reveladora la portada, una nevera (superficie plana) con un juego para construir frases a partir de palabras magnéticas, otra vez idea del propio AFM. En ese tablero la ciencia pretende introducir unas reglas del juego en el plano pero adscritas al azar (parchís vs ajedrez). El autor trata a la ciencia con una perspectiva no determinista de las cosas que suceden en esa rayuela global. Pero se trata de una red dinámica de personajes, objetos y hasta del mismo autor, que colisionan entre ellos de forma inverosímil y se transmiten información (Julio Cortázar, Internet, Sgt Peppers, el parchís). En este sentido, y por culpa de esta era cibernética que registra tantos comentarios –las cosas del directo-, uno tiene que tragarse sus propias palabras cuando en un conocido blog de crítica literaria en Internet (el Diario de Lecturas de Vicente Luis Mora) recriminó a AFM no conocer las Actor-Networks de Bruno Latour. No sólo las conoce (y si no es así las intuye muy bien), sino que va más allá. Las convierte en redes dinámicas donde tanto los objetos como los personajes se desplazan, lo cual se adaptaría mucho mejor a esta complejidad que nos rodea.





Para AFM, al menos en
NE, el mundo es plano. De hecho, el espacio donde se sucede toda la no-novela es una imagen bidimensional de la realidad. El libro simboliza la interacción del autor con el mundo una vez publicado su sueño, un elemento más en ese tablero dinámico mundial. A mi me parece que es como una gran mesa de billar donde las bolas van chocando en un modelo estocástico, una simulación de Monte Carlo, un caos ordenado. De ahí la existencia de un clímax mucho más narrativo que en el caso de ND donde dos personajes se encuentran por casualidad en sus historias personales de búsqueda y dolor (símbolización de esos choques estocásticos caóticos que pueblan el libro) por las necesidades formales del texto y no tanto por razones de narratología como han apuntado algunos críticos (y más si tenemos en cuenta que las novelas, al parecer, ya estaban escritas de principio). Son en realidad las formas de cada uno de estos libros las que condicionan la narratividad.

La entrega que finaliza la trilogía,
NL, está plagada de referencias a la física atómica y a las partículas elementales en su primera parte, ya desde la cita inicial. Es un texto en el que aparecen todas las referencias culturales que están presentes en los textos de AFM y donde la figura y la voz del escritor son predominantes a diferencia de las otras entregas. Se trata de la esencia del escritor, su estructura íntima como si de partículas elementales se tratara (la segunda cita es de Sr. Chinarro, el grupo-artista favorito de AFM). Esa “mística total” de la que habla en la página 59. Por eso el espacio es una isla, la isla interior de la que acaba huyendo.

El texto se divide en tres partes. La primera está narrada en una forma más convencional que en anteriores entregas. Se utiliza un monólogo donde se relata el pasado del autor y sus referencias, en un guiño a la cultura humanista. Las referencias a la física de partículas se combinan con feroces críticas a ese sector intransigente del ecologismo que tienen continuidad en la segunda parte del libro, donde utiliza el formato más habitual en la narrativa de AFM, fragmentos cortos ordenados numéricamente. La crítica al ecologismo es contrastada con la realidad artificial de nuestro medio natural y con una serie de elementos artificiales y tecnológicos: ordenadores, jardines de plástico, fotografías de sonidos o el humo del tabaco. Todo acompañado de la poética habitual de AFM. La parte final, construida a base retazos, se encuadra en un mundo claramente poshumanista, donde crecen árboles y raíces de plástico y el narrador esta rodeado de elementos tecnológicos propios de nuestra cotidianidad: tarjetas de crédito, ordenadores y basura. Tras páginas y páginas de luchar contra sí mismo, el narrador decide escapar. La huida finaliza en formato cómic sobre una plataforma petrolífera en la cual Vila-Matas le cuenta al autor historias de relojes y celdas cúbicas de hormigón y donde los únicos elementos naturales que aparecen son el mar y una amenazante tormenta.
NL es el libro que representa la identidad del narrador desde su esencia y la disolución de esa identidad con la huida de uno mismo a la par que finaliza el Proyecto. De ahí el tránsito desde las formas humanistas hacia un horizonte posthumanista con distintos tipos de narración, desde el monólogo al cómic pasando por la fragmentariedad y el collage. Como era de esperar, la portada se asocia a esta road movie narrativa a partir de un collage de AFM sobre una imagen de la película italiana La aventura cuyo argumento esta muy en consonancia con el contenido de la no-novela.




Maridaje entre ciencia y artes

Es reveladora la obsesión de AFM por observar el mundo como un espacio en dos dimensiones tal y como da cuenta de ello la cita de Jacob D. Bekenstein del fragmento 36 de ND y por las superficies que aparecen en sus textos: el desierto, la piel, el “horizonte de sucesos”, el tablero, la rayuela, la isla. Este tipo de influencia de la ciencia en las formas es más que conceptual. Obviamente, se trata de una metáfora poética. Así no se explica detalladamente la realidad, más bien se poetiza. Encierra la idea de que la ciencia puede ser una herramienta muy poderosa para simbolizar artísticamente el mundo que nos rodea. Como el mismo autor ha afirmado en infinidad de entrevistas, piensa los libros como poemas, y ahí se encuentra la relación entre esas imágenes y lo que he dado en llamar ciencia invisible, en una sugerente combinación entre ciencia y arte. Esa apuesta decidida por un diálogo entre ciencias y artes, donde la poesía cobra un papel fundamental, se observa en los tres volúmenes y en la omnipresencia de la arquitectura en los textos como síntesis de ambas con la técnica. Pero en NE se explicita con la pareja Sandra-J y los postulados de la narrativa transpoética. Y en NL esa interacción se observa como elemental en el yo del autor –a fin de cuentas, el verdadero AFM está casado con una artista.

La apuesta de AFM sería impensable en el siglo XIX, cuando los filósofos más esteticistas estaban claramente enfrentados con los positivistas (el largo divorcio entre el racionalismo y el romanticismo, entre razón y emoción). Aunque también es cierto que ese divorcio no fue tal en muchas obras literarias, donde la influencia de la ciencia es más que matizable (pienso en
Madame Bovary o en el Ulises).

La obra de AFM se podría ver como una influencia del denominado fenómeno de la tercera cultura, pero aquí se trata de una interacción, no de una dominación o una preponderancia de la ciencia como es el caso de Brockman (curiosamente, Brockman se dedicó durante un tiempo a promocionar actividades que reunieran ciencias y artes). En cambio, en la narrativa de AFM la ciencia está supeditada a la poética. El árbol es superior conceptualmente a las citas científicas de
ND. Y la física puede dar una serie de reglas al juego de azar, pero el tablero resulta más importante. De ahí la existencia de una agronomía fantástica o de la ciencia del parchís (aunque ese concepto no me guste tanto) en NE y de árboles de plástico en NL. Al escribir, la imaginación, la poesía, están por encima de la ciencia, la supeditan. Algo muy lógico si hablamos de la construcción de un objeto poético como es un libro de narrativa (una no-novela en este caso). Imagínense que AFM hiciera al revés y ustedes fueran sus pacientes. ¿Les gustaría que tratara su grave tumor con metáforas? Bueno, hay gente que lo hace, pero con enfermedades tan graves y dramáticas creo que a mí no me haría mucha gracia.


Los peligros conceptuales 

En el reverso de la moneda de que todo lo que uno comenta en una bitácora quede registrado está el hecho de que se puede seguir siendo coherente con -o mejor dicho, evolucionar a partir de- las convicciones propias. Siempre me ha chocado en la obra de AFM la defensa sin fisuras de la ciencia que se desprende de la lectura de sus textos desde una narrativa que se autodefine como posmoderna. El problema de la concepción posmoderna de la ciencia estriba en que existe una fuerte crítica a su sostén a la modernidad. Es difícil hacer literatura posmoderna sin tratar a la ciencia con ironía como hace DeLillo en Ruido de fondo o Jonathan Franzen en Las correcciones. AFM lo consigue en parte, aunque a mi se me antoja que estos relatos están construidos después de la posmodernidad, en una suerte de transmodernidad relacionada con su transpoética, como en el relato global de las dos primeras entregas. Se asume que la ciencia es algo que se practica porqué resulta útil, aunque no se concibe a partir de verdades absolutas sino que está en continua mutación como los choques estocásticos que tienen lugar en NE. El autor ha afirmado en varias ocasiones (en alguno de esos debates participé, espero que de una forma más constructiva) que para él la ciencia es “una ficción verosímil” en el sentido de que funciona Es una ficción al ser una construcción humana que pretende narrar la realidad, y es verosímil porque siempre se puede contrastar empíricamente, falsacionar y hasta cambiar colectivamente cuando deja de funcionar. Una visión así supera la posmodernidad y todos sus conflictos con la ciencia.

Aunque esa perspectiva a mi parecer sea un acierto, y aún reconociendo que en los debates cibernéticos que he tenido con el autor he estado más de acuerdo con sus afirmaciones y sus intuiciones que en desacuerdo, flota en el ambiente el peligro del olvido de un pasado moderno de la ciencia (la ciencia y la razón fueron los pilares del sueño de la modernidad, no lo olvidemos), que conlleva una representación naïf que puede adolecer de falta del espíritu crítico que no nos recuerde que la ciencia también construye bombas atómicas, que puede ser neutra, pero no así su utilización. Sé que AFM, desde su posicionamiento posmoderno, busca tener un pasado ahistórico más allá de sus propios recuerdos, y artísticamente resulta muy loable. Pero la ciencia no es sólo algo práctico y sin historoa, también proporciona poder (y la historia nos recuerda lo que hicieron con ella los gobiernos de los EEUU y la URSS durante la guerra fría, o lo que hace el actual gobierno iraní).

Me gustaría finalizar, en cambio, resaltando el hallazgo del personaje de
NE, Antón el Bacterio. El tipo que descubre la ciencia del mundo por pura intuición, por su cotidianidad al atrapar percebes en las costas gallegas. Un caso ejemplar de que existe otra visión de la ciencia de la cual han hablado los antropólogos pero que se tiene poco en cuenta, y de ahí el acierto de AFM. La ciencia desde la perspectiva popular, desde la práctica diaria de un percebeiro que le hace entrar en contacto con esos seres vivos que los especialistas, en sus laboratorios, mirarán con otros ojos, a veces menos sensatos, y que tiene mucho de intuición en busca del conocimiento, y de poética.

En fin, lean las Nocillas, léanlas. Desde la perspectiva de la ciencia o desde la que les de la gana. Seguro que encontrarán elementos de análisis interesantes como me ha ocurrido a mí. Tal vez ahí resida el éxito de la trilogía.

lunes, 2 de noviembre de 2009

TERTULIAS DE CIENCIA EN LA VIRREINA

En los próximos días tendrán lugar una serie de charlas en el Palau de la Virreina de Barcelona (Rambla, 99), organizadas por la fundación Ciència en Societat y l'Institut de Cultura de Barcelona, donde se tratarán las relaciones de la ciencia con distintas disciplinas artísticas. El programa es el siguiente:

Martes 10 de noviembre. La metàfora a través de la ciencia. Germán Sierra y Carlos Gámez + MEIOSI: Art i ciència en un diàleg radicalment jove, sense complexos, arriscat, lliure...

Miércoles 11 de noviembre. L'art de la vida. Simon Park y Anna Dumitriu

Miércoles 18 de novembre. El jazz digital. Ramon López de Mántaras y Laura Simó

Y el link de la organización es este.

Nos vemos.


miércoles, 28 de octubre de 2009

POR FIN RESPIRO CON LA CIENCIA

Así es. El pasado domingo 25 de octubre pude disfrutar a través del programa Respira de BTV, de un espacio televisivo capaz de mostrar la verdadera dimensión de la ciencia en nuestra sociedad y el servicio que nos puede dar a los humanos.

A partir de diversos testimonios de mujeres que habían padecido cáncer de mama, se mostraba el drama humano de la enfermedad. Posteriormente, una especialista (una psicóloga) hablaba con el entrevistador sobre las conductas y los problemas de las afectadas, así como de detalles de los tratamientos médicos llevados a cabo. Por en medio, los datos científicos y estadísticos que acompañan a esta trágica enfermedad para que recordemos friamente el problema. Sencillamente magnífico.

Ya hacía tiempo que le seguía la pista a Lluís Reales, periodista científico y director del programa, desde que formaba parte del equipo de Einstein a la Platja, probablemente el programa de divulgación científica más riguroso de los que se han emitido hasta ahora. Juzguen ustedes mismos el tratamiento que se hacía de la sexualidad y compárenlo con la visión reduccionista que se tiene en otros medios de la relación entre sexualidad y ciencia:


Se que Respira es un programa de entrevistas y no de divulgación científica, pero espero que siga tratando rigurosamente estos temas cuando aparezcan en su espacio televisivo.

lunes, 12 de octubre de 2009

LA CIENCIA ESPAÑOLA NO NECESITA TIJERAS


Cualquiera que pretenda analizar el papel de la ciencia en nuestra sociedad actual descubrirá pronto, a la luz de los analistas y los historiadores de la ciencia, que ésta forma parte de un entramado que relaciona a los científicos y los centros donde desarrollan su labor con la industria, el poder económico y en algunos casos el ejército. Sin menoscabar el conocimiento que se deriva de los productos de la práctica científica, ésta es un motor económico de primer orden. Por eso me sorprendió desagradablemente la decisión del gobierno de Zapatero de recortar el gasto en I+D. Especialmente cuando meses antes, después de abogar por un cambio de modelo económico, se asegurara que uno de los pilares de ese cambio iba a ser la inversión en I+D.

Es por esta razón, en este momento de crisis y donde (como varios científicos españoles han afirmado) una buena inversión en energías alternativas nos colocaría en situación puntera para exportar tecnología al resto del mundo, que me uno, aunque tarde, a la iniciativa propuesta por Javi Peláez para todos los blogueros para que denuncien esta decisión del gobierno de España, y animo a todos los lectores a que hagan lo mismo.

miércoles, 7 de octubre de 2009

TIEMPO, DE VICENTE LUIS MORA


Ya son muchas las veces que he escuchado a personas de mi entorno cercano quejarse de los tiempos que les ha tocado vivir. Tras el lamento, suelen lanzarse a ensoñaciones especulativas en las que se ven envueltos en poesía romántica alemana o filosofía griega. Sin embargo, yo pienso que cada momento histórico tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Sólo es cuestión de aprovechar las primeras frente a los segundos.

Una de las ventajas de este siglo XXI que transitamos son los objetos culturales. Lo digo no porque sea un consumista irredento, sino porque esta es una época en la que se puede gozar, por ejemplo, de libros que son algo más que eso. Libros-artefacto los llamaría, donde se aúna literatura con diseño e imágenes. Un símil muy adecuado para este análisis entre ciencia y literatura que pretendo porque si algo hay característico a la ciencia moderna es la construcción de artefactos. Y al parecer, esa realidad que subyace al libro como objeto que es, está siendo aprovechada por algunos autores y sus editores para extraer mayores posibilidades artísticas, lo que demuestra que aún queda mucho por hacer por parte de editoriales pequeñas o arriesgadas y que existen alternativas y mucho que experimentar pese a esta cultura del consumo que nos rodea. Es el caso de Soy una caja (Caballo de Troya, 2008) de Natalia Carreño -diseñado como eso, una caja-, La familia de mi padre (Mondadori, 2008) de Lolita Bosch, que como su propia autora va hilvanando capítulo a capítulo, más que un libro es “una caja de madera verde, tierna” donde se guardan todos los recuerdos del padre, con los que construye la historia, y el poemario al que dedico esta reseña, Tiempo (Pre-Textos, 2009), de Vicente Luis Mora –aunque yo hubiera elegido un cuerpo de letra mayor para esta colección de poesía.

A Mora hace precisamente tiempo que le interesan las relaciones entre ciencia y literatura, a las que ha dedicado varias entradas en su bitácora Diario de lecturas, de entre las que destaco:

http://vicenteluismora.blogspot.com/2008/06/para-que-la-mquina-funcione.html

Y cuya influencia se puede observar ya en los versos de su anterior poemario, Construcción (Pre-Textos, 2005).

Es cierto que la idea de lo que Mora más que “artefacto” denomina “proyecto”, ya era utilizada por los poetas en las vanguardias. Pero justamente, la experimentación y las vanguardias forman parte de la tradición que él reivindica para sí desde una perspectiva más contemporánea. Como una actualización en software de esa tradición, todos los materiales que conforman Tiempo, las fotografías de un extraño desierto blanco, la ubicación de los versos por las distintas partes de la hoja que ya utilizara en Construcción, el juego de los espacios de la página que analizara en Pasadizos, la alternancia con fragmentos en prosa, los motivos alegóricos como el paso del tiempo, la alusión a la astrofísica y su inconmensurable escala temporal o los créditos del final del libro forman parte de un todo. Se me antoja que de un cronómetro de arena, por su relación con la ciencia y su capacidad para medir el tiempo, verdadero protagonista del texto. Y por la continua referencia al desierto que implica la analogía entre el poemario y un reloj de arena tal como se lee al concluir (p. 84):

los granos han pasado
de una parte a otra
del reloj
de arena

la última página

la última mota

el último grano


de tiempo

Respecto a la percepción de Tiempo como un objeto tangible, en la página 53 se afirma que los objetos tecnológicos bien construidos nos sobrevivirán. Lo cual sería una paradoja para este poemario, que vencería el paso de ese tiempo que pretende medir y que sabe invencible.

Además del tiempo, el espacio es muy importante en la narrativa de Mora. En este caso el poemario se desarrolla en torno al desierto de las White Sands, en Nuevo México (EEUU). El desierto ahistórico es uno de los no-lugares posmodernos más utilizados. No en vano, era el espacio en el que se desarrollaba la famosa Nocilla Dream (Candaya, 2006) de Fernández Mallo, amigo declarado de Mora. Existe el peligro de que en la narrativa española futura este sea un espacio demasiado transitado, o su tránsito se haga sin una clara justificación. No es el caso de Mora. En Tiempo, el desierto de las White Sands es algo más que un no-lugar como se puede leer en la página 28. Es la parte por el todo, la representación a escala del universo. Un lugar donde convergen infinidad de rastros invisibles escondidos: ondas electromagnéticas, restos de seres vivos, partículas elementales, piezas de satélites y hasta alas de ángeles. De ahí la comparación de White Sands con un cerebro, las escalas de las fotografías de la página 82 y el uso de los granos de arena y su vacío intersticial para analizar todo el universo. Pero además, es el núcleo del proyecto, el espacio que aporta las piezas de la maquinaria. Por lo que el desierto de Mora es más metafísico, en relación con la influencia de Valente que el autor asume desde su propia voz.

Conceptualmente, la idea central que preside el libro es la tensión entre el conocimiento que hemos llegado a adquirir de nuestro entorno y de los objetos que nos rodean frente a nuestro desconocimiento de las leyes que verdaderamente rigen el universo, y con ellas el tiempo. Esa dialéctica ya se observa al utilizar precisamente el principio de incertidumbre de Heisenberg como metáfora al inicio del poema (p. 15). Y se reitera más adelante con versos como: “el cosmos tiene leyes / sobre la identidad / que sólo a veces sabemos” (p. 19). Tensión que se delinea en la confrontación entre caos y orden.

Estamos ante un cronómetro metafísico y la causa de su funcionamiento es el misterio de la creación, que trastoca los productos de la ciencia de manera que (p. 36):

El principio de incertidumbre
no es el de Heisenberg
sino el de Dios

Esto hace que el autor asuma la naturaleza caótica del universo, que prefiera “el ruido de fondo / del espacio / radioeléctrico” (p. 50), a la idealizada música de las esferas. En este sentido es muy reveladora la cita de Ballard de la página 59 que se inicia con: “La música del tiempo de los cuásares”.

El libro abunda en descripciones del material físico del universo y el bioquímico del cuerpo humano (p. 18): “el mundo es física / y nosotros, química.” Así como en la fragmentariedad del universo frente a la naturaleza compacta del hombre. Se describe objetivamente un mundo invisible a partir de la física de partículas (p. 20): “Fermiones y bosones. / La realidad / es igual / en todas partes.” Aunque se tiene en cuenta el desconocimiento de las razones de esa realidad (p. 20): “Lo que ignoramos / es como se ordena.” Ignorancia en la que se hace hincapié a lo largo de todo el poemario y que se sintetiza con el siguiente verso de la última página:

Somos
la ignorancia enjoyada,
contemplándose,
drogada hasta las cejas,
en el espejo
de la sabiduría

El poemario adopta por momentos una estructura que simula el caos, tanto en la ubicación de los versos antes comentada, como en la sintaxis de algunos de ellos: “Mi corazón, / manzanas verdes / de fibra a masticar”. Y alterna versos muy rítmicos con otros que no lo son tanto para extender ese caos al sonido. No en vano, el autor esta influido por la concepción azarística, el lanzamiento de dados, que rige las leyes del universo. Pero se trata de un caos ordenado, como el cosmos, por lo que esos fragmentos caóticos reaparecen afectados por el paso del tiempo a lo largo del texto.

Mora trabaja muy cómodo en los denominados límites de la ciencia y en la eterna búsqueda de conocimiento por parte del ser humano como se observa en el símil de la duna de la página 53. De hecho, toda esa frontera imaginaria entre lo conocido y lo desconocido recorre el texto. No en vano, una de las numerosas citas que salpica su bitácora, de Enrique Prochazka, dice esto:

“La ciencia contemporánea nos informa de lo turbulento de las fronteras entre el orden y el caos: el desorden de esas líneas infinitamente sinuosas que separan lo platónico de lo real. No la diferencia, sino la interminable confusión de las diferencias. Acaso debió hacerlo la literatura, pero estaba distraída.”

Pero Mora va más allá en esa tensión y, gracias a la metafísica que le proporciona su desierto particular, la carga de una trascendencia escéptica (p. 51): “Si hay Dios, / es un suicida, / y si no el Caos / hace honor / al nombre”, que se repetirá más adelante (p 80):

da un poco que pensar
el hecho de que sea el caos

tan cuidadoso

Una trascendencia que es muy loable después de tantas décadas de escepticismo agnóstico, especialmente de voces influidas por el pensamiento científico, y que ha impresionado gratamente a este lector, que también comulga con esa tensión entre conocimiento e ignorancia que rodea a la humanidad.

Esa profundidad permite al autor una relación entre mitología y ciencia que se observa en buena parte de sus metáforas. Una poética arriesgada y poco explorada que posibilita introducir diversas tradiciones culturales que ya en Pasadizos demostraban que nos encontramos frente a un voraz lector global. Desde la ciencia del siglo XX, no determinista, a las leyendas bíblicas, las deidades griegas o el taoísmo, que hace que cuide esa dualidad entre azar y necesidad que se observa hasta en la esencia del texto (p. 66): “el tiempo es lo contrario / de este libro”.

El tema del libro, en mi opinión, es el paso del tiempo. Tanto desde la perspectiva del narrador, que se da cuenta de que los años se han ido consumiendo, como de una concepción más abstracta de ese tiempo (p. 65): “todos los hombres juntos duran un día / en el reloj / del tiempo. / La vida es una hora, / y ha pasado.” Que el autor utiliza como nexo entre la poesía y la ciencia –y por extensión, la filosofía- que preocupa al poeta por ser esencia del hombre y es una de las magnitudes que el científico pretende aprehender con sus mediciones aunque acabe por escapársele.

La relación entre tiempo y poesía viene de largo, pero Mora, con la acertada introducción de la ciencia, el caos y la trascendencia en el texto, ha sabido dar forma a un poemario original en su forma y, sobretodo, de una enorme profundidad en su contenido.

lunes, 5 de octubre de 2009

ENSAYOS CLÍNICOS

El reportaje de Documentos TV del pasado 29 de septiembre se dedicó a los ensayos clínicos y la industria farmacéutica.


En él se demostraba que el 90% de las investigaciones clínicas se dedicaban a enfermedades que afectan sólo al 10% de la población. De éstas se destacaban 3: impotencia masculina, insomnio y obesidad.

Y, ¿a quién le extraña? Esas son las enfermedades que afectan a la franja dominante en la sociedad. La más productiva a efectos económicos y donde se puede obtener un mayor beneficio. Y ya se sabe quien paga esas investigaciones.

lunes, 28 de septiembre de 2009

VACUNAS

Después de leer las novelas de Sierra, me parecen espeluznantes todas las noticias relacionadas con las vacunas para la gripe A que se están fabricando en el mundo.

¿No es curioso que los países en donde se aplicará la vacuna sin restricciones sean los mismos en los que se ubican las grandes compañías farmacéuticas?

miércoles, 16 de septiembre de 2009

GERMÁN SIERRA: EL CIENTÍFICO QUE ESCRIBÍA CIBERNOVELAS (Y CIBERCUENTOS)

Con motivo de la reciente publicación el pasado mes de mayo de Intente usar otras palabras, la última novela de Germán Sierra, doy inicio a esta serie dedicada a escritores españoles contemporáneos y su relación con la ciencia.


Resulta curioso que en estos tiempos de exceso de información en que vivimos, se conozca a un autor a partir de monográficos de suplementos literarios, conferencias -o reseñas de conferencias- y comentarios más o menos polémicos en bitácoras literarias. Que con esta información se construya una imagen de él y que esa imagen cambie completamente cuando se empiezan a leer sus libros. Tal vez la fragmentariedad no se pueda asimilar hasta llegar a una notable profundización para evitar una imagen distorsionada por los medios del mensaje que pretende el autor. Ese es el peligro de obsesionarnos con nuestros limitados conocimientos y el bombardeo mediático. Y la demostración de que requerimos de la lectura para ir más allá.

De Germán Sierra sabía que era médico de formación, que investigaba en neurociencias, que era profesor de bioquímica en la Universidad de Santiago de Compostela, que se le había etiquetado de mutante, pangeico o nocillesco, que tenía página web y que defendía la introducción de postulados posmodernos en la literatura española. Ahora sé que es uno de los pensadores más lúcidos y profundos de la España actual, y uno de sus escritores más sólidos y originales. En sus libros se pueden encontrar reflexiones de profundo calado infiltradas entre sus tramas. Para sintetizar su pensamiento, yo afirmaría que Sierra no es un ingenuo (ni en las ciencias ni en las artes). Es un escéptico, un posmoderno conceptual. Alguien que relativiza el conocimiento científico y tecnológico –que tiene más mérito tratándose de un profesional de la investigación- aunque no niega su capacidad para producir saber y aplicarlo, y -lo que es más peligroso- de condicionar negativamente la vida de los seres humanos si se hace un mal uso.


La ciencia en la literatura de Germán Sierra

El influjo de la ciencia es evidente en la obra de Sierra. Inicialmente, se observa en el estilo del autor. Hay un trabajo léxico muy importante que dota a los textos de numeroso vocabulario científico. Se usan habitualmente símiles y metáforas relacionados con contenidos científicos desde su primer libro, que revelan que la poética del autor está íntimamente ligada a ese tipo de conocimiento como: “había construido su vida como una ostra secreta una perla, recubriendo el núcleo de repugnancia con capas y capas de nacarada belleza” (Sierra, 1996; 64), cargada de relaciones con el denominado medio natural. Esa poética, que se repite en todas sus obras, tiene algunas variantes como cuando en La felicidad no da el dinero añade metáforas que simulan ser teoremas matemáticos del estilo de: “Sea x dos trazos de bolígrafo sobre un viejo mapa turístico” o “va a decidirse a despejar la incógnita y averiguar su auténtico valor algebraico” (Sierra, 2000; 10) dónde también se narran numerosos pasajes desde una perspectiva muy anatómica del cuerpo humano.


En Efectos secundarios, su tercera novela, en consonancia con la temática oscura y cibernética del libro, las metáforas pasan a tener contenidos más sucios (Sierra, 2002; 126):

"Como inyectas tu droga favorita en una vena superficial del antebrazo, una enorme dosis de dólares es inyectada en algún nódulo periférico del sistema circulatorio financiero. Desde allí es arrastrada a través de las dinámicas arterias telefónicas hasta el mismo cerebro –léase Wall Street-, donde se unirá a receptores específicos. Al principio, una dosis tan elevada producirá una inesperada euforia en los mercados, arrastrando consigo a los inversores oportunistas. Una conmoción preparada para introducir la inmunodeficiencia, como el virus artero que cabalga en el éxtasis."

Y en Intente usar otras palabras, también en relación con el mensaje oculto del texto, abundan las metáforas de tipo tecnológico -que sin embargo, han ido apareciendo en dosis menores en los libros anteriores- como (Sierra, 2009; 20): “Presiona los párpados superiores con las yemas de los dedos índice y pulgar, como si fueran las teclas alt-ctrl-supr, para reiniciarse a una realidad desenfocada”

Esas metáforas pueden llegar a ser estructurales en el caso del cuento «Centro comercial», incluido en la colección de relatos Alto voltaje, que se estructura como una base de datos de los elementos de una gran superficie (precisamente, la base de datos es una estructura defendida en diversas ocasiones por el autor). En la misma colección, el relato «La fama es algo personal» presenta a la Isla –la protagonista de la historia, trasunto de Ibiza- como un organismo vivo, una máquina biológica que interactúa con el Mediterráneo. Y el protagonista, como el resto de los habitantes, es un elemento microcelular de esa máquina. Y en «Alto voltaje», el cuento que da título al libro, se utiliza el mecanismo caótico con el que el cerebro recompone los hechos.

También se observan influencias de la ciencia ficción, con referencias al género -tanto literario como cinematográfico-, la obsesión del autor con la (no) aparición de extraterrestres, los monstruos gigantes o la máquina panóptica de Intente usar otras palabras como trasunto del Big Brother. Pero estos elementos propios de la fantasía se utilizan para reforzar la ficción realista en una suerte de “ficción-ciencia” como la considera Robert Juan-Cantavella o como si el futuro ya estuviera aquí, en el presente, tal como afirmara Ian Gibson.


Una vida literaria y científica

En la obra de Sierra, es evidente su experiencia personal y su interacción con la ciencia. Ya en su primer libro, El espacio aparentemente perdido, el narrador es un estudiante de biología frustrado que relata la historia de su maestro, Antonio, un profesor de biología molecular escéptico y desencantado que se había enfrentado con el establishment de la ciencia contemporánea personificada en su superior en EEUU, el doctor Fechstein, a la búsqueda de una investigación más vocacional. Con ese personaje, Sierra hace una descripción perfecta del funcionamiento de la ciencia durante la segunda mitad del siglo XX según el modelo denominado Big Science, acuñado por el físico Alvin Weinberg. Ya Dominique Pestre en su conferencia: The Reconstruction of French Physical Sciences After WWII. National and European Solutions to a Dramatic Problem, afirmaba que a causa de las relaciones de la ciencia con el ejército y la industria, un físico que se dedicara a la investigación después de 1950 formaba parte de un proyecto y lo que tenía que aprender y realizar en dicho proyecto ya no era por elección propia (como había hecho, por ejemplo, Louis De Broglie al elegir su tesis doctoral sobre la longitud de onda de una partícula), sino que esas decisiones las tomaba el director del grupo de investigación, un científico maduro y formado que solía alcanzar esa posición después de años a las órdenes de otros científicos, con el consiguiente deterioro de la curiosidad científica y la vocación. En este sentido, me atrevería a afirmar que actualmente sería imposible la aparición de una figura como Einstein. Alguien ajeno a los centros de investigación que consiguiera revolucionar una disciplina científica a partir de sus propias reflexiones, sus inquietudes, y de artículos científicos enviados a revistas de prestigio.

Ese afán por experimentar y esa inquietud por adquirir nuevos conocimientos que reside en los personajes de Sierra, se observa en las palabras del propio narrador tras explicarnos como se aficionó al naturalismo en sus vacaciones campestres (Sierra, 1996; 61):

“La naturaleza estaba llena de una poesía que se podía observar, experimentar, y de esa sensación provenía probablemente la afición por la biología que se desarrollaría hasta llevarme a los estudios universitarios, y esa necesidad de observar y de experimentar me llevaría también a una honda decepción en la universidad y, sobre todo, la inquietud, el deseo de novedades que jamás me abandona.”

Vocación que cree sentir de boca de su mentor, Antonio, y cuyo fracaso se confirma en su aciago desenlace y que acaba haciendo que el narrador afirme (Sierra, 1996; 171): “Se ha hecho de la palabra «ciencia» un instrumento para asegurar y justificar nuestra comodidad. Ya no es un proceso de búsqueda de conocimiento. No es inquietud, ansiedad, interés, curiosidad.”

Abundan de nuevo los personajes con formación científica en Alto voltaje. Con mención especial para el protagonista del relato que da nombre a la colección. Un científico que tiene que abandonar su prometedora carrera por la escasa financiación que el estado español dedica a la ciencia y que acaba como redactor de temas científicos (y de otros no tan científicos) para una revista sensacionalista tras participar en un debate televisivo sobre la clonación en lo que es una fina crítica al mundo de la divulgación científica. El protagonista y su amigo Estévez personifican la versión contemporánea de “la polemica de la ciencia en España”, uno de los temas que más ha tratado la historiografía de la ciencia patria (entre las muchas referencias, destacaré Nieto-Galán, Agustí: «The images of Science in Modern Spain. Rethinking the “Polémica”», Archimedes, 2, 1998; Sánchez Ron, José M.: Cincel, martillo y piedra, Taurus, Madrid, 1999; López Piñero, José Mª: Ciencia y Técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, Labor, Barcelona, 1979; García Camarero, Ernesto y Enrique (editores): La polémica de la ciencia española. Alianza, Madrid, 1970) y que se materializa cuando un compañero extranjero, nacido en países más nórdicos y más habituados a la investigación le pregunta al narrador “¿Por qué os empeñáis en hacer ciencia cuando no tenéis tradición para ello?” (Sierra, 2004; 72). Y que muestra el conflicto entre el desinterés por la ciencia de los dirigentes españoles frente al afán de curiosidad intrínseco de un científico vocacional. Y sin embargo el amplio abanico de actividades y objetos que en la España actual se relacionan con la ciencia (análisis de aguas, fermentación de cubas de aluminio, farmacéuticos, médicos, ambulatorios, pleitos hidráulicos, cibercafés, códigos de barras) aparece en este y otros cuentos demostrando la incongruencia de nuestra sociedad.

También aparece en varios de sus libros el ciberartista. El artista –normalmente escritor- fascinado con la ciencia y la tecnología. Se trata de otra forma de utilizar la experiencia personal. Álex, uno de los protagonistas de La felicidad no da el dinero es ejemplo de ello, así como Arturo, el escritor que aparece en Efectos secundarios, o Pablo Melchor, el fotógrafo de Intente usar otras palabras. Personajes que le permiten la elaboración de una propuesta estética que conecta ciencias y artes.

Es precisamente en su último libro, sin duda su mejor obra, donde apenas si aparecen personajes relacionados directamente con la ciencia y la influencia de ésta es menos explícita aunque tal vez más profunda al apelar el autor en el libro a la importancia de la experimentación tanto en la vida como en la literatura, en analogía con la buena ciencia. Esa experimentación se observa en las escenas de sexo y al narrar la novela coral de la segunda parte con una estructura que simula el caos. Un posicionamiento que se enfrenta a la desidia y la desmotivación representadas en el protagonista, que pese a su exitosa vida sexual, se muestra reticente a participar en escenas sexuales transgresoras. En cambio, se le asocia con el masoquismo y el libertinaje. De ahí que Carlos Prats, el protagonista, sea libertino y vago. Por otra parte, Prats tiene una concepción bastante clásica de la literatura –negro incluido- que le impulsa a la búsqueda de sí mismo como personaje literario. Concepción que comparte con Patricia, la escritora, y que llevará al fracaso de ésta al intentar redactar la novela.

Curiosamente, las únicas referencias científico-tecnológicas en el texto robado a Patricia que aparece en el capítulo 89 son “erróeamente formuladas” y “maquinaria” en el sentido despectivo que le da al método de ligar del denominado “amante borroso”. Es por tanto, una crítica a ese tipo de literatura que considera a la ciencia y la tecnología como cosas intrínsecamente negativas frente al arte o los sentimientos. En cambio, en el capítulo siguiente, cuando vuelve el narrador original, el texto está plagado de cientifismos que tratan de explicar las sensaciones del protagonista. Y precisamente, es este narrador quien consigue finalizar el trabajo (supuestamente el negro contratado). El otro proyecto, el de Patricia, ha fracasado porque le ha superado el tiempo en el que vive y es imposible plasmar la realidad de esa forma.

Nuevas tecnologías y literatura



Además de la influencia de la ciencia en su obra, Sierra apuesta en todo momento por la interacción con las nuevas tecnologías, lo que le ha llevado a ser considerado un escritor mutante o pangeico. Ya en El espacio aparentemente perdido hace una ferviente apología de Internet como el lugar de las relaciones intelectuales futuras (Sierra, 1996; 138-140). En La felicidad no da el dinero, el texto se estructura a partir de una serie de direcciones de Internet de las que se advierte al principio que algunas son falsas. Los correos electrónicos desentrañan una parte de la trama científico-tecnológico-económica que subyace en Efectos secundarios. Y en Intente usar otras palabras, la utilización sistemática de Google como una máquina panóptica que permita conocer el grado de fama del individuo, y del que Sierra llega a proponer el verbo –guglear-, y los mensajes más comunes que el famoso buscador proporciona al usuario –de ahí el título del libro-, así como fragmentos de bitácoras o traducciones pedestres extraídas de Google, complementan el texto fragmentario relatado por el joven escritor.


Las influencias en un buen lector

En la trayectoria de Sierra se observan dos vectores que dirigen su obra: la evolución de su pensamiento y la influencia de la literatura posmoderna anglosajona. De la crítica a la Big Science, aunque con una notable interacción entre cultura libresca y científica que se puede leer en El espacio aparentemente perdido, donde los viajes a una Italia llena de arte del pasado se contrasta con una estancia en Los Ángeles, la ciudad posmoderna por antonomasia, se pasa en La felicidad no da el dinero a una estética ciberpunk. En este libro, el papel de la ciencia se combina con entornos opresivos altamente tecnificados y elementos propios de la novela negra. Y en la trama, los gobiernos autonómicos utilizan la ciencia, la tecnología y, muy especialmente, las ciencias sociales y la estadística a su antojo para su propia promoción (Sierra, 2000; 72). También se construye un contexto en el que la tecnología rodea a los personajes y la publicidad les bombardea con mensajes plagados de contenidos científicos, prueba del ascendente de Don DeLillo en la obra del autor, como (Sierra, 200; 128):

“La publicidad dice que la L-carnitina, las ceramidas, la cafeína y algunas citoquinas frenan la acumulación de grasas. Los creyentes gelifican y masajean sus piernas cada mañana, «reestructuran sus tejidos», se privan de comer, denominando «dietas hipocalóricas» a la inanición. Usan pomadas reafirmantes con magnesio y silicio. Beben mucha agua, se retuercen como condenados en máquinas alquímicas, frecuentan las clínicas de los discípulos del inmortal Bálsamo.”

Además, la continua información de noticias científico tecnológicas que demuestra que la ciencia es actualidad, como el descubrimiento de planetas en sistemas extrasolares o la resolución de teoremas de la matemática barroca, que se observa que hacen mella en el ciudadano medio cuando Betty, sobrina de uno de los protagonistas, habla de Roberto A., un conocido que llega a afirmar que “la violencia doméstica es provocada por la presencia de neurotoxinas en la carne de vacuno” o “que Einstein tenía pruebas de que es posible predecir el futuro” (Sierra, 2000; 110). Esta permeabilización de la ciencia entre los ciudadanos llega en la ficción del autor hasta los poderes religiosos cuando se habla de la encíclica papal «De Humanae Genoma» donde se “establece con claridad los elementos génicos que puede modificar un creyente sin cometer delito contra natura” (Sierra, 2000; 151).

El ciberpunk vuelve a estar presente en Efectos secundarios, aunque se trata de un ciberpunk que ha pactado con el sistema en la figura de Janús, el antiguo pirata informático, ahora colaborador de una multinacional del sector. Es más destacable la sombra de Ballard y DeLillo que se detecta en la referencia continua a catástrofes, a edificios aterradores y accidentes de automóvil, y en el bombardeo mediático de la industria farmacológica al ciudadano medio y la teoría conspiratoria que presiden la novela.

Ya la primera frase (Sierra, 2002; 9):

“La vibración telúrica de las excavadoras y martillos neumáticos difunde –como se extiende el líquido inyectado en el músculo glúteo- por las anfractuosidades de la corteza, aprovecha la elasticidad de las rocas pulverizadas y los apelmazados residuos orgánicos que componen la capa más externa de la Tierra para viajar hasta las puertas del infierno y rebotar contra las rocas silicoaluminosas, más densas y compactas, regresando a la superficie deformada en seísmo casi imperceptible, silencioso y continuo como el crecimiento del cabello”

supone una declaración de principios, tanto del estilo subordinado que utiliza la metáfora científica antes mencionada, como de la carga de contenido al explicitar la agresión que la tecnología hace al medio y las repercusiones que conlleva. Visión que vuelve a observarse en otros pasajes como cuando habla de una ciudad que “se construyó imitando el orden dictado por los dioses, obedeciendo a la matemática celeste plagada de triángulos y obediente a los círculos” (Sierra, 2002; 13). Y que describe como un organismo vivo que fagocita incluso a los individuos que la habitan. Punto de vista negativo que entronca con elementos mitológicos para significar esas ínfulas de los humanos para creernos dioses gracias al uso de la ciencia y la técnica pero que conlleva “militares medidas de seguridad”, “códigos digitales”, “videocámaras” y “pistolas automáticas”. Y también, la continua obsesión por el malestar físico y psíquico, por la ingestión de fármacos, por los productos de bioestética producidos por el omnipresente instituto Oribashi-XTO (Sierra, 2002; 124):

“Nuestra piel es de Oribashi, nuestros ojos de Microopticals, nuestros dientes de MJD Dental Corp., nuestro corazón de Lugal, nuestro cerebro empieza a ser de Neurogold y sus patéticas drogas de la felicidad. En estos momentos, las personas sanas tomamos más fármacos que los enfermos, ese ha sido el gran negocio de la industria farmaceútica, darse cuenta de que la salud podía explotarse mucho más que la enfermedad”.

En Efectos secundarios nos encontramos dentro de un posthumanismo tecnológico que afecta a todos los individuos, desde los frecuentadores de gimnasios, hasta los adictos a los videojuegos, pasando por los “refrescos de última generación” o los amantes de la pseudociencia. Donde las grandes empresas farmacéuticas, las estadísticas, los patrones de consumo y los parámetros económicos y demográficos tienen el control sobre amplias capas de la sociedad. Un control que tratarán de romper otros lobbies para implantar unas nuevas reglas del juego pero en las que también están interesados los mismos grupos farmacéuticos dominantes, con lo que el individuo es impotente a su control tal como se observa en el desenlace de la trama. Como dice el autor, “al final, todo es intoxicación sin tratamiento” (Sierra, 2002; 236).


La influencia de DeLillo también es notable en el relato «Alto voltaje», al mostrar el inevitable conflicto entre ciencia, tecnología y sociedad cuando el protagonista, redactor para una revista sensacionalista donde no están claros los límites entre divulgación, ciencia y paraciencia, debe entrevistarse con un concejal, responsable de unas instalaciones de alta tensión que podrían ser perjudiciales para la población. Resulta interesante cotejar ese argumento con este fragmento del White Noise de DeLillo (edición de Seix Barral 2006, p. 231):

“La cuestión real es el tipo de radiación que nos envuelve todos los días. La radio, la televisión, el microondas, las líneas de alta tensión a unos metros de la casa, el radar que detecta la velocidad a la que conduces por carretera. Durante años nos han repetido que se trata de dosis débiles y que no son peligrosas.”

Respecto a la perspectiva de la ciencia en el cuento, resulta significativa la frase utilizada por el concejal en la entrevista: “Hemos realizado mediciones en todos los pisos. Eso es un hecho. Un hecho incontrovertible”. A lo que responde el médico del pueblo páginas más tarde diciendo: “Aquí nadie espera a que la ciencia le indique lo que debe hacer”. Precisamente, en el relato se afirma que la verdad no se puede alcanzar y el narrador, personificación del afán científico, tampoco lo consigue. Desiste porque la ciencia resulta incapaz de pronunciarse ante problemas como el planteado. En realidad es la enfermedad y la vulnerabilidad del hombre lo que preside el cuento.

Finalmente, en Intente usar otras palabras ese tipo de influencia se hace más sutil al presentar a la numerosa tecnología que nos rodea como un entorno yermo y frío que nos aliena, reforzando la profundidad del mensaje del libro (Sierra, 2009; 25): “Carlos Prats pierde el tiempo escuchando el casi imperceptible zumbido del aire acondicionado, las voces vecinas amortiguadas por los tabiques de Pladur, el chirrido del fax cada vez que evacua sus planas deyecciones blancas y negras”

En el sentido de la alienación creo que debería entenderse la “panoptofilia”, “el deseo de que alguien observe cada instante de nuestra vida” (Sierra, 2009; 145) o la aparición de “hombres-locomotora”, ventanas-máquina o escuchas telefónicas. Precisamente al teléfono se le califica como “la máquina de las mentiras” (Sierra, 2009; 285). Aunque es cierto que el narrador emite juicios positivos de la tecnología cuando se hace un buen uso. Es decir, que es el uso lo que define lo positivo o negativo de ésta.


¿Dos culturas señor Sierra?

No creo que resulte muy apropiado plantear un problema de dos culturas en la literatura de Germán Sierra. Ni formular las dos preguntas que formuló C. P. Snow en su célebre conferencia. Si le pidieran que describiera el enunciado del Segundo Principio de la Termodinámica o el contenido de una de las obras de Shakespeare, no tendría mucha dificultad en responder ambas. Incluso alguno de sus personajes podría contestar sin inmutarse a la nueva versión de la pregunta, postulada por Stefan Collini en la introducción de la reedición de The Two Cultures de 1993 (p. lxvi, la traducción es mía):

“Un analista económico chino de Singapur que envia un correo electrónico a su novio, diseñador de software americano, sobre el último poeta afrocaribeño que ganó el premio Nobel de literatura.”

En mi opinión, creo que Sierra supera ese debate dejándose llevar por su voraz curiosidad y su amplia cultura. No es el único caso, numerosos escritores posmodernos (DeLillo, Franzen, Sebald) tienen una actitud parecida sin necesidad de ser científicos que creo, es una solución verdaderamente inteligente para zanjar el tema. Pero además, Sierra utiliza el diálogo entre ciencias y letras para tejer su propio discurso. En su primer libro afirma: “En mi mente siempre coexistieron la atracción por la ciencia y por la literatura.” (Sierra, 1996; 52). Y conecta esas dos culturas en palabras de Antonio, el científico escéptico y a la par idealista (Sierra, 1996; 54): “la ciencia es un complemento del arte, [...] por sí sola no nos va a llevar mucho más lejos en el conocimiento, aunque todavía puede ayudarnos a mejorar nuestra tecnología durante mucho tiempo hasta que seamos capaces de dar un salto conceptual”.

Además, es capaz de criticar, en boca de alguno de sus personajes, las posiciones de las ciencias a partir de las letras y a la inversa (Sierra, 1996; 136):

“la ciencia [...] sigue empeñada en la búsqueda de explicaciones causales para categorías y conceptos que son puramente culturales, y, por lo tanto, acción del propio cerebro a través de la maquinaria del lenguaje, y fuera de toda posible explicación física.”

O de dar un repaso al realismo (curiosamente, al realismo científico, no al estético) para desenmascarar esa visión simplista de la que tanto uso ha hecho la denominada Tercera cultura para hacernos creer que estábamos acumulando verdad (Sierra, 1996; 137).

Al asimilar el ciberpunk en sus textos (una de las corrientes que menos ha influido en la literatura española contemporánea), Sierra construye un diálogo posmoderno entre ciencias y artes tal como aparece en La felicidad no da el dinero –que se repetirá en Efectos secundarios con Arturo y en Intente usar otras palabras con Pablo Melchor- y donde el ciberescritor se atreve con una propuesta artística denominada “transgénesis” claramente inspirada por la ciencia que él mismo define como (Sierra, 2000; 95): “un término inspirado en la genética molecular –organismos transgénicos: genéticamente modificados-, que pretenden mostrar un conjunto de nuevas estrategias de subjetivación cuyos efectos se dejan apreciar en múltiples aspectos de la cultura contemporánea”. Concepto que acabará realizando una simbiosis simbólica entre ciencias y artes al final del libro (Sierra, 2000; 190).

Asimismo, utiliza personajes que son capaces de mezclar insectos con letras como el zoólogo Jacinto Barrón en Efectos secundarios y que es capaz de reflexionar sobre las sociedades humanas y acabar afirmando (Sierra, 2002; 96): “Nosotros, los seres humanos, llevamos la cifra en nuestro interior (también las letras), nos hemos comido el tiempo y el espacio”.

O combinan saberes médicos con la lectura de William Carlos William para alcanzar la sabiduría del médico que aparece en «Alto voltaje». Y en otro relato del mismo libro, «Iones», se utiliza una subperspectiva para que los protagonistas se muevan dentro de un flujo de partículas, con las atracciones iónicas entre esas partículas-personas asociadas y la pertenencia a un todo que simula un ser vivo pluricelular, en una analogía perfecta entre sociología y biología y que presenta a la ciencia como un recurso literario que el autor sabe explotar muy adecuadamente.

Todo ello demuestra que la superación del debate de las dos culturas es posible sin necesidad de reduccionistas apologías científicas o literarias.


Las tensiones en la obra de Sierra

Para concluir, se puede afirmar que Sierra organiza todo su pensamiento a partir de tensiones como en el caso de la concepción barroca de la búsqueda del conocimiento –una suerte de sutil ciberbarroco- que tienen algunos de sus personajes y que el escritor siempre especifica como opiniones de éstos (Sierra, 2000; 175 y 2002; 82) y que contrasta con las numerosas críticas que se hacen al sentimentalismo fácil propio de la cultura de masas y los grandes medios de comunicación, y que son más cercanas a las técnicas que la Iglesia católica utilizó en el Barroco para llegar a las masas y alejarlas de los logros de la razón.

Otro ejemplo de ese juego de tensiones lo encontramos en el enfrentamiento entre el entorno ultratecnológico que nos rodea y la vuelta a un pasado natural bucólico e idealizado. Pese al ambiente altamente tecnificado en el que se desarrollan sus ficciones, suele haber en algún instante del relato un retorno a un pasado relacionado con el medio natural. En El Espacio aparentemente perdido con los recuerdos de la vocación científica del narrador. En La Felicidad no da el dinero, en el desenlace final de la trama, que tiene lugar en el pueblo de nacimiento de uno de los personajes y donde hay una escena sexual narrada a partir de metáforas relacionadas con la naturaleza, en contraste con todo el bombardeo científico tecnológico de los medios que acompaña a la novela. En Efectos secundarios, en la figura del suplantador de Valcárcel, que vive en un pueblo frente a lo agresivo de la ciudad. En el relato «Alto Voltaje», con las diferencias entre tecnología vieja representada por el tren y tecnología nueva representada por la electricidad y la energía que, como afirma el protagonista “ha cambiado por completo nuestras vidas” y donde la posible presencia de un elemento ancestral, un fantasma, se desvanece ante la aparición de la máquina que lo fagocita todo, el automóvil. Aunque es una percepción falsa porque el medio ambiente ya está manipulado, con elementos como los peces de piscifactoría de La felicidad no da el dinero, lo que intensifica aún más esa tensión, esa contradicción: el retorno a un pasado natural bucólico frente a la fascinación por la cibernética, contradicción que en mi opinión todos llevamos dentro -precisamente, ese conflicto es el tema central del recién publicado La melancolía del ciborg, de Fernando Broncano- y que no hace más que demostrar el carácter humano del pensamiento de Sierra.

Justamente el mensaje de su último libro, la necesidad de experimentar para no caer en la desidia más improductiva, que ya figuraba como una de las ideas de su primer libro, presenta otra de las tensiones existentes en el pensamiento de Sierra, a mi entender la más importante, que recorre toda su obra y que entronca con la ciencia en la concepción humana de progreso –sea éste falso o verdadero- y el enfrentamiento entre pasado y presente.

En la falsa cita del falso pensador, Walter Fleck, en el capítulo 63, se dice que los valores tradicionales de la cultura occidental, la paciencia y la meritocracia, han sido clave para el éxito de estas sociedades frente a la gratificación rápida de la era consumista contemporánea (el ejemplo ideal sería el del psicópata, incapaz de frustrarse si no consigue lo que quiere rápidamente). Esta cita incluye un análisis certero de nuestra sociedad. Como muy bien se indica, uno puede reinventarse si se prohíbe unas cosas y se permite otras que cambiarán la percepción social que se tiene de él. Cada cual elige la clase social a la que quiere pertenecer, al menos a simple vista. Pero lo chocante es que a esta situación se ha llegado intentando solventar las injusticias anteriores, tratando de romper el círculo elitista de la cultura y la burguesía, a la búsqueda de la eliminación del clasismo social (en analogía con el comunismo, aunque con otra estrategia). Un capítulo más de la lucha continuada que ha existido en Occidente para vencer los vicios morales de cada momento. En definitiva, una suerte de experimentación política. Precisamente, el consumismo pretende ser una respuesta a la lucha de clases. Gracias al consumismo ya no hay clases sociales y, de paso, se elimina al rival político. Es un ajuste del sistema para pretender ser más justo. Ese afán de experimentación y de justicia social sería un mecanismo básico de las sociedades. En eso estoy de acuerdo con el autor. Pienso que las formas se han de adaptar a los tiempos y que hay que denunciar los errores de cada momento. Pero no puedo escapar al conflicto que sutilmente se esconde tras los textos de Sierra. No sé si hay algo de nihilismo en ese planteamiento, si no nos estamos cavando nuestra propia tumba como sociedad con esos mecanismos. En este sentido, resulta reveladora la historia del personaje de Charivarri, diva del pop latino, ferviente seguidora de una moderna secta religiosa inspirada en antiguas tradiciones caribeñas. Charivarri se hace pasar por caribeña de nacimiento, pero en realidad es nacida en Toronto, lo que resulta mucho más revelador porque acaba escenificando la crisis de valores de Occidente. Crisis en la que todos estamos inmersos.

Bibliografía de German Sierra
El espacio aparentemente perdido, Debate, Madrid, 1996.
La felicidad no da el dinero, Debate, Madrid, 2000.
Efectos secundarios, Debate, Madrid, 2002 (Premio Jaén de novela 2000).
Alto voltaje, Mondadori, Barcelona, 2004.
Intente usar otras palabras, Mondadori, Barcelona, 2009.