domingo, 2 de diciembre de 2018

MALAS NOTICIAS DESDE LA ISLA EN MEDIUM DE LA MANO DE SALVADOR LUIS

El bueno de Salvador Luis Raggio escribe sobre Malas noticias desde La Isla en Medium.

El hombre de la mirada lúdica - Nagari Magazine

El hombre de la mirada lúdica - Nagari Magazine



En un comentario crítico de la anterior novela del autor: Los últimos días de Roger Lobus, Robert Juan-Cantavella, uno de los dos presentadores de su último libro en Barcelona, en la librería Calders, apuntaba al hecho de que, a la longeva tradición de la literatura del padre, Óscar Gual (Almazora, 1976) incorporaba el humor. Pues bien, el humor sigue siendo una marca de la casa del autor. En este caso, en El hombre de la mirada de piedra (Aristas Martínez, 2018), el humor y la ironía permiten vertebrar escenas de acción que parecen extraídas de un videojuego y que acaban siendo eso, la parodia de unos personajes que pretenden ser héroes frente a la pantalla de televisión con sus mandos respectivos: “Por eso aquí seguimos, suspendidos, sin mover un dedo para no quebrar este frágil y reconfortante equilibrio. Esperando que llegue aquello que no queremos que llegue nunca. Un lienzo costumbrista: familia cualquiera frente al televisor cualquier noche en cualquier salón de cualquier ciudad que no sea esta.” (p. 42)

El autor utiliza, por tanto, una mirada lúdica para desarrollar temas de profundo calado. Lo cierto es que hay mucho de gamificación en el libro. La novela intenta reconstruir la biografía de un extraño personaje: Drákos Vasiliás, aka “El Chema”, aka Josep María Milhomes. Se trata de un tipo que sufre el Síndrome del Savant, lo que le permite traducir la realidad a relaciones matemáticas y, a partir de ahí, convertir sus habilidades en ingentes beneficios para las corporaciones para las que trabaja, como Pareidolia, el gigante financiero. Como no podría ser de otra forma, los orígenes de ese oscuro Drákos tienen lugar en Sierpe, el territorio imaginario en el que se desarrollan todas las novelas del autor. El narrador los cuenta a partir del fulgurante ascenso, las esperpénticas andanzas, de corte nítidamente berlanguiano, pero también mediante los juegos de estrategia y el clásico: El arte de la guerra, para llegar a la posterior desaparición del trepa Milhomes. Esta estrategia no es gratuita, o no solo está diseñada para que el autor vuelva a su territorio imaginario y utilice escenas lúdicas. La trama de Gual nos señala que todo el desmadre que ha tenido lugar en las últimas décadas con la economía no es global más que en sus consecuencias. Tiene unas raíces locales que son las que engendran todo el caos y el dolor posteriores.

El libro está dominado por un argumento de ciencia ficción, el de la capacidad de entender la realidad desde parámetros matemáticos, que casa muy bien con la profesión de informático del autor, y con los juicios socioeconómicos que realiza. Pero es algo más que una novela de ciencia ficción. La caótica investigación en busca de la narrativa que compone la figura de Drákos es más sutil, con la gestión de notables cantidades de datos y fragmentos inconexos, de la que puede llegar a dudar el lector como lo hace el narrador: “ante situaciones imposibles de encajar, para las cuales no tenemos referencias establecidas, pensamos que estamos pasando algo por alto. Porque no disponemos de un relato bajo el cual guarecernos. Cuando puede que sea justo lo contrario. Cuando, quizá, nuestra querencia por la narratividad se haya convertido en un obstáculo.” (p. 210) Gual se está cuestionando la capacidad de narrar. Me recuerda a Joel, el investigador robótico protagonista de la primera novela del autor: Cut & Roll. Sin embargo, a diferencia de esta última, en El hombre de la mirada de piedra lo que prima en el narrador es la necesidad de contar una historia.

lunes, 19 de noviembre de 2018

El diario de las noticias falsas - Nagari Magazine

El diario de las noticias falsas - Nagari Magazine


Las noticias falsas, los noticiarios elaborados a la medida del que los encarga, no son cosa solo de nuestros días ni del ínclito Donald Trump. Forman parte de un hilo de conexiones guadianescas que van apareciendo en la historia cultural. Esa es la realidad que lleva a Luis Alejandro Ordóñez a perseguir una obsesión que le ronda desde que lee una anécdota en El año de la muerte de Ricardo Reis, la novela de José Saramago, y, como buen narrador y buen periodista, necesita saber más de esa historia, como el yonqui necesita cada vez más de la droga que le permite tener un motivo para vivir.

Y Ordóñez se adentra en la anécdota: el New York Times que John D, Rockefeller (1839-1937) se hacía confeccionar cada día, publicado solo con buenas noticias. Y trata de reconstruir la historia, no solo de ese diario de encargo, también de cómo llega la noticia a Portugal con motivo de la muerte del millonario y cómo le alcanza a Saramago, que era un adolescente cuando murió Rockefeller. Y se sumerge en la historia. Y deja volar su imaginación y reconstruye el caso de la recepción de la increíble, la absurda noticia del multimillonario norteamericano que se hace confeccionar tan excéntrica publicación. Y construye una historia que ubica a un joven periodista con ínfulas literarias tras la pista de esa noticia y en competición con las otras cabeceras lisboetas, en un entorno aderezado por Ricardo Reis heterónimo del no mucho antes fallecido Fernando Pessoa, también citado. Y va más allá y se imagina al redactor de esa publicación de encargo, que no puede ser otra cosa sino un escritor, un narrador de historias que por la fortuna de conocer al viejo Rockefeller consigue darle un giro a su destino y dejar su trabajo en la construcción para dedicarse al sustento de la pluma, aunque sea inventando las noticias que transmite a su benefactor a través de ese periódico tan personal, ese diario hecho a medida. Y por eso, ante la noticia de la muerte del viejo Rockefeller, el narrador se imagina a Benjamin, que es el nombre que Ordóñez ha decidido para ese autor desconocido que obró el milagro de transformar las noticias con su inventiva, confeccionando su último ejemplar de encargo, que es el que descubrirá la prensa lisboeta y, más tarde, Saramago e incluso Juan Carlos Onetti o Juan Gabriel Vásquez. Y se entiende que Benjamin quiera entregar su último ejemplar y para ello vaya tras la tumba en la que está enterrado el millonario.

Y todo lo que buenamente les he intentado resumir, lo narra Ordóñez con la prosa directa y efectiva de un buen narrador y un buen periodista: “Al menos la foto era lo suficientemente grande como para mostrar al anciano en toda su dignidad. El hombre que quería vivir 100 años y que regaló casi toda su fortuna a la caridad. Qué mal gusto, no mencionar eso y en cambio tildarlo apenas de «Rey del petróleo»” (p. 52).

A veces el texto crece con la ayuda de internet (p. 110), otras del archivo y, las más, de la imaginación. A través esos tres vectores, hace reflexionar a este lector sobre la naturaleza de las noticias falsas tan de nuestros días, aunque Ordóñez le deje claro que no son solo de estos días, dejándole un buen sabor de boca al finalizar el texto. Así que lean El último New York Times. No les decepcionará.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

La memoria durmiente de Modiano - Suburbano

La memoria durmiente de Modiano - Suburbano



Qué duda cabe que la literatura del yo va a estar notablemente dirigida por la memoria en buena parte de los escritores que la practican. Es el caso de muchos de los autores tratados aquí: Thomas Bernhard, Philip Roth, Karl Ove Knausgård, Javier Marías, Manuel Vilas. Pero en los últimos años el autor que ha destacado como un constructor sin paragón en la investigación de la memoria para la escritura es Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945), premio Nobel de literatura en 2014 y novelista de larga producción.

La de Modiano es una memoria confusa, que se ambienta en París y se inicia en una época fundacional que el autor es incapaz de recordar: la ocupación alemana de Francia durante la Segunda Guerra Mundial. En ese período ominoso de la historia francesa es cuando se conocen el padre de Modiano, un judío de origen italiano cuya familia había emigrado a Francia, y la artista belga Luisa Colpeyn. Es más que evidente que la pareja tuvo que esconderse de los ocupantes. En esa tensión fue engendrado el niño Patrick y sus tres primeros libros hablan de la ocupación como el lugar donde se engendra al autor y su mito de origen: El lugar de la estrella (1968), La ronda de noche (1969) y Los bulevares periféricos (1972). Aunque el autor se distanciará en parte de esa temática en sus siguientes trabajos, en muchas ocasiones volverá a ese espacio temporal, mítico para él, dado que inicia una larga etapa en la que el centro de su producción es la familia y donde abundan los relatos autobiográficos. No en vano, hay otro suceso en la vida de Modiano que lo determinará por completo y, por consiguiente, a su obra: la muerte de su hermano Rudy, dos años más joven que él, fallecido en 1957. A él es a quien dedicará toda su producción literaria.

De esta etapa, la de mayor interés para esta serie, destacan Libro de familia (1977), Más allá del olvido (1996) y Un pedigree (2004), y la obsesión por recuperar la elusiva figura paterna, aquel judío siempre inmerso en negocios extraños, con personajes extraños, como al inicio de Recuerdos durmientes (2017), su primera novela después de la consecución del Nobel, recientemente aparecida en castellano en Anagrama, con excelente acogida.

La novela podría considerarse el prototipo de las composiciones de Modiano en su exploración de la memoria familiar. En extrañas circunstancias, el autor, que escribe en primera persona, conoce a una mujer misteriosa y, por los breves rasgos que matiza y las efímeras descripciones, la persona lectora advierte que es atractiva, si bien no queda claro que esa atracción se deba a ese halo misterioso que la envuelve. En Recuerdos durmientes, es Mireille Urúsov, la hija de un enigmático empresario ruso amigo de su padre, quien le lleva hasta la Sra. Hubersen. Entonces aparece el conflicto, que en Modiano siempre es noir o tiene matices noir: un hurto, una fuga, una muerte. Se trasmite muy poca información del hecho, lo que rodea a la trama de enigmas. En este caso se trata de un asesinato. Ludo F., otro opaco personaje de los muchos que pueblan las páginas escritas por el narrador francés, ha aparecido muerto en extrañas circunstancias. Todas las sospechas apuntan hacia la Sra. Hubersen, y es con ella con quien el autor se mantiene en perpetuo contacto hasta el desenlace que, como resulta lógico, no revelaré.

Se trata de textos metarreferenciales donde Modiano reflexiona sobre el proceso de construcción de la memoria: “Intento ordenar los recuerdos. Cada uno es la pieza de un puzle, pero faltan muchos, así que la mayoría se quedan aislados. A veces, consigo juntar tres o cuatro, pero no más. Entonces anoto retazos que vuelven en desorden, listas de nombres o de frases muy breves.” (Recuerdos durmientes, p. 56)

Uno de los elementos que más me gustan de las novelas de la memoria de Modiano son los reencuentros. Aproximadamente en el tercio final de muchas de sus novelas existe un salto en el tiempo. El autor no nos traslada ni al pasado remoto que nos ha contado, ni al presente desde el que escribe, sino a un punto intermedio, en la década de 1990 o 10 años después de los sucesos, como ocurre en Recuerdos durmientes, y mediante un elemento narrativo realmente brillante: la misma maleta que el autor había llevado a su amiga, que vuelve a sus manos 10 años más tarde, en el reencuentro fortuito. En ese espacio temporal intermedio, narrador y personaje tratan de reconstruir una parte de ese relato, sin éxito porque el tiempo ha borrado la memoria y queda el autor solo dispuesto a tener que avanzar hasta el final con apenas unos pocos asideros escondidos en su mente. Esa recuperación de lo vivido desde el yo es el reto literario que Modiano ha resuelto con gran brillantez en la abrumadora extensión de su obra.

viernes, 19 de octubre de 2018

MALAS NOTICIAS DESDE LA ISLA

Efectivamente, ese es el título de mi último libro publicado. Salió el mes pasado, pero son tantas las obligaciones que hasta hoy, con motivo de la nota que Matias Crowder publica sobre la novela en el Diari de Girona, no he podido pasarme por aquí a informarles.

Esta es la portada, para abrir boca:


Y aquí el enlace en el que se puede adquirir.

Espero la disfruten.

martes, 9 de octubre de 2018

FRENESÍ

No dejes que los nubarrones del #otoño te desinflen,

me dices al oído.

Y yo me apremio, jaleado por tus agudos jadeos.

HORAS

Como el agua cristalina que fluye desde el corazón a su final,

las horas

caen una sobre otra por el peso del #otoño, que me vence.

martes, 2 de octubre de 2018

Diarios cotidianos - Nagari Magazine

Diarios cotidianos - Nagari Magazine



Todos los períodos de entre siglos son convulsos, y están plagados de cambios significativos y propuestas sugestivas en el plano artístico. Entre esas últimas tendencias, una de las que más interés me suscitan es la autoría colaborativa. Eso que se ha discutido en las grandes tribunas académicas desde la emergencia de la denominada “inteligencia colectiva” a partir de los trabajos de Jacques Rancière o George Yúdice. Eso que tan cerca está de los recientes movimientos políticos que convulsionan las democracias liberales de la actualidad mediante las redes sociales, twitter, los smartphones y también, desgraciadamente, las compañías de gestión de datos como Cambridge Analytics, que se ponen a los pies del político que más pague —esa sería una actitud nada innovadora y sí muy perenne en los juegos del poder—.

No cabe duda de que la autoría colaborativa es de difícil aplicación en el ámbito literario. La narración escrita suele ser obra de una autora o un autor, una persona, en todo caso, a la que le gusta significar su individualidad desde el surgimiento de la literatura moderna. Sin embargo, en el entorno literario se le está dando cada vez más importancia a las obras amateur. No llegan a alcanzar la consideración de las obras de los escritores profesionales, pero se las tiene en cuenta. Es una tendencia con mucha visibilidad en los estudios literarios pero no tanta en el mercado editorial, donde la marca del autor sigue siendo un seguro para los departamentos de prensa.

Esta tendencia tiene especial fuerza en Francia, donde Philippe Lejeune: escritor y académico, lleva años recopilando autobiografías y diarios personales, y todo aquello que refleje una narrativa de la cotidianidad —esa línea ha tenido notable resonancia en España gracias al riguroso trabajo del académico Manuel Alberca, aunque en el ámbito de la narrativa publicada y no la privada—. Lejeune ha llegado a fundar una asociación para recopilar y proteger ese patrimonio, producido en buena medida por gente corriente, gente de la calle: la Association pour l'autobiographie et le patrimoine autobiographique.

Una de sus discípulas: Françoise Simonet-Tenant, publicó en 2004 un interesante libro que resumía sus investigaciones en el género diarístico: Le Journal Intime: Genre Littéraire et Écriture Ordinaire. El libro pone el énfasis en el hecho de que, aunque autobiografía y diario no suponen el mismo tipo de producción literaria, ambas se complementan y encuentras vías de diálogo. Es más, a partir de la introducción del diario en la autobiografía, Simonet-Tenant afirma que se pueden incorporar las emociones a una relación contemporánea de los hechos (p. 22). Ese es el punto a partir del cual se puede introducir la literatura de todos, pues todo el mundo puede relatar su propia vida, los momentos emotivos, o llevar un diario que le permita registrar su cotidianidad, y puede hacerlo desde la afectividad que generan sus propios recuerdos. Son esas “écritures ordinaires” de las que habla Lejeune. Se trata de un proceso catártico, personal pero compartible.

El libro de Simonet-Tenant realiza un recorrido por la historia de la literatura diarística no solo la escrita en francés, para pasar a diseccionar las partes y las funciones de un diario. Es ahí donde se describen los distintos tipos de diarios posibles. A modo de complemento, en el capítulo siguiente se exponen las distintas categorías de lectores de diarios. Se trata de una sección que toca el tema de los diarios que se publican, la intervención de los editores y la reacción de los lectores. El libro finaliza hablando de la producción diarística de hoy: de la proliferación de diarios y autobiografías entre los escritores contemporáneos, ya sean estas obras autoficticias o no; de la institucionalización de los diarios tanto en los estudios académicos como en la enseñanza de las lenguas; y de las diferentes posibilidades entre, por ejemplo, el diario de una persona adolescente y el de un escritor profesional.

La autora finaliza su trabajo hablando del tour de force entre la experiencia y el lenguaje que supone toda obra diarística. Aunque menciona los diarios colectivos, no entra a valorar el sacrificio que se requiere para, partiendo de los parámetros de la literatura moderna, alcanzar una nueva forma de creación colectiva a partir de los diarios: el de la imaginación. Si bien los diarios pueden ser escritos de una forma tremendamente imaginativa, como muy bien se demuestra en los de Franz Kafka, repletos de esas visiones que después trasladaría a su muy fragmentaria ficción, es cierto que la imaginación se ha convertido en una marca de clase del autor. Aquel escritor que tiene talento produce obras con una imaginación muy particular, muy propia, individualizada. Y no, no es eso lo que se busca en los diarios cotidianos, y eso debería hacernos reflexionar sobre una nueva forma de valorar la imaginación, y sobre los parámetros estéticos que regirían en una literatura de autoría colectiva por venir.

martes, 4 de septiembre de 2018

La red de todos - Nagari Magazine

La red de todos - Nagari Magazine



Hoy he dejado la literatura a un lado y he sacado al teórico que también llevo dentro para hablar de redes, comunicación y cultura digital. A fin de cuentas, tengo un doctorado en estudios culturales con mucha tinta dedicada a la cultura digital española; así que no me vendrá mal reflexionar sobre el último libro de Javier López Menacho: SOS. 25 casos para superar una crisis de reputación digital.

¿Por qué?
Porque se trata de un libro ameno a la par que profundiza en la realidad social de las redes digitales y la sociedad que subyace a ellas, además de estar avalado por el sello editorial de la UOC, siempre prestigioso en este tipo de contenidos.

¿Pero quién es ese tal Javier López Menacho para hablar de redes sociales y reputación digital?
Pues, además de ser un reconocido escritor nacido en Jerez de la Frontera en 1982, con varios títulos y premios literarios en su haber, de los que destaca el libro de crónicas Yo, precario (Libros del Lince, 2013), ha colaborado en medios como La Marea, CTXT o Qué leer. Además, codirige el medio digital La Réplica: Periodismo incómodo. También se desempeña como Community Manager.

¿Eso qué significa?
Que, por una parte, es un autor capaz de desarrollar un estilo ágil, claro y ameno, que engarza frases como “Poco deja poso, y el poso que deja es poco” (p. 13); y, por la otra, su experiencia en los medios y como profesional digital le permite analizar los casos que presenta de una forma amplia, que ameniza con unos gráficos personalizados.

¿Y de qué trata el libro?
Pues, a través de 25 casos en que diferentes personas y empresas sufrieron distintas crisis de reputación digital, López Menacho describe lo que sucedió y cómo reaccionaron los implicados. La tesis general, tal como explicita el autor en el prólogo, consiste en “reflexionar sobre el ámbito digital y las repercusiones sociales y económicas que genera intervenir en el mismo.” (p. 18) López Menacho aboga por una sociedad regida por valores solidarios, que rechaza mensamente economicistas. Y la verdad es que se extrae una idea global de lo que ha sido la red en estos últimos años. A partir de ahí, el autor reflexiona sobre la forma en que hubiera debido reaccionar un profesional de la comunicación digital en cada caso, y expone lo que para él resulta la clave de cada uno de estos casos prácticos. Un experto en marketing digital debería leer todos los ejemplos que aparecen. Yo no lo soy, y puedo permitirme elegir los que me parecen más impactantes para este análisis. Por ejemplo, el Celebgate, el caso del robo de imágenes privadas que sufrió Apple y que afectó a actrices famosas como Emma Watson o Becca Tobin.

¿Y qué otros casos figuran?
Pues muchos y variados. Algunos los desconocía por completo, y que visibilizan los valores de la franja más joven de la sociedad y sus hábitos de consumo, como en el caso de Dave Carroll con United Airlines, compañía que le rompió la guitarra e ignoró sus reclamaciones, uno de los que más me han gustado, lo que muestra mi desconocimiento de algunos fenómenos que han tenido lugar recientemente en la esfera digital. Otros han sido muy conocidos a nivel global, como el ciberacoso que sufrió Justine Sacco por una broma de mal gusto sobre el SIDA, África y el color de piel, que muestra las barreras invisibles que existen entre el mundo privado y el de las redes sociales. O el enfrentamiento que llevó a una discusión más global entre la marca de alimentos para niños Hero y la periodista Samanta Villar, a raíz de un tuit de esta última sobre su experiencia como madre. O el favorito de López Menacho, el de la marca de calzado Pompeii para afrontar un problema en la distribución de sus ventas, que en el análisis destila los valores del autor. En este sentido, el libro es un dechado de documentación, con numerosas referencias a enlaces que permiten entender el contexto de la situación y complementan las explicaciones de López Menacho.

¿Crees que debería leérmelo?
Pues desde una columna como esta, donde la percepción del mundo de la cultura se realiza en red, y que lleva por título enlaces, para enfatizar que la cultura actual se basa en los enlaces que la conectan con otros ámbitos, me parece imprescindible.
En este libro no encuentras únicamente controversia cibernética. También te topas con un sólido análisis del discurso en medios, no solo digitales, no solo en redes sociales, también en cabeceras periodísticas como El País. o magazines culturales como Jot Down y la polvareda que levantó un tuit de esta publicación sobre el asesinato del embajador ruso en Turquía. A ello cabe añadir las polémicas generadas por cadenas de TV como Cuatro o Telecinco.

¿Pero es tan magnífico como dices?
Bueno, cualquier lector encontrará puntos en los que no coincidirá, como suele pasar en estos casos. Yo creo que todos los ejemplos que trata resultan pertinentes y muestran el abanico de conflictos con los que alguien se puede encontrar en internet. Pero, por otro lado, me gustaría que tratara fenómenos como Cambridge Analytics o la emergencia de usuarios que hacen del odio su marca digital y, en vez de una crisis de reputación, lo que obtienen es un notable éxito de audiencia y público, como Donald Trump. Los cambios del futuro son muy volátiles. En una columna reciente, el catedrático de economía Antón Costas escribía sobre el hecho de que en este período histórico estamos asistiendo al fin de la aristocracia del dinero, una aristocracia que se posicionó tras el final de la Segunda Guerra Mundial y se acabó consolidando con el final de la Guerra Fría, con instituciones como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, cuando se impuso a los regímenes comunistas europeos. Internet es el lugar donde se están jugando la reputación para convertirse en la nueva aristocracia los distintos candidatos al poder futuro, como muy bien demuestran la figura y la obra de Steve Bannon, ex asesor de Trump, y el papel de las marcas ahí resulta fundamental. Por eso son tan necesarios los análisis de López Menacho para el futuro, más allá de la lectura de los profesionales del marketing. Espero que el autor siga investigando en adelante casos que relacionen estas controversias.

Pues gracias.
Las gracias, en todo caso, al autor, Espero que esta reseña sea la mitad de entretenida que la lectura del libro lo ha sido para mí.

sábado, 1 de septiembre de 2018

El quinteto de Bernhard - Suburbano

El quinteto de Bernhard - Suburbano



Si nos ponemos a escribir sobre narrativas autobiográficas, por narices hemos de hablar de Thomas Bernhard (1931-1988) y su magnífico quinteto de narraciones del yo: El origen (1975), El sótano (1976), El aliento (1978), El frío (1981) y Un niño (1982) —algunos lectores y críticos incluyen dentro de este conjunto autobiográfico El sobrino de Wittgenstein, pero la publicación editorial reciente parece haberse ceñido a estas 5 obras—, magníficamente vertidas al castellano por Miguel Sáenz, traductor de los más insignes escritores alemanes contemporáneos. Si la magna narrativa autobiográfica de Karl Ove Knausgård (1968), aquí reseñada, está bien, sobre todo por su ambición, pero deja que desear en aspectos estilísticos, la obra de Bernhard es simplemente brutal. No en vano, existe una jerarquía. El primero cita al segundo varias veces en la novela que inicia Mi lucha: La muerte del padre.

Bernhard, nacido accidentalmente en los Países Bajos (Heerlen) como hijo ilegítimo de un campesino austríaco al que nunca conoció y la hija de un escritor socialista austríaco, vierte en sus textos autobiográficos toda su dura infancia, en algunos momentos extrema, hasta la mayoría de edad. El autor se inició como poeta, para pasar con posterioridad a la novela y el teatro. Cuando inicia su trabajo autobiográfico, en 1975, está en la plenitud de su carrera, y eso se observa a las claras en la alta calidad de su quinteto del yo.

En el primero de los libros: El origen, habla de su paso por Salzburgo para estudiar la secundaria y recibir lecciones de canto por consejo de su abuelo, el también escritor Johannes Freumbichler. Allí se refleja la desesperación de Bernhard en el internado Johanneum al no apreciar diferencias entre la educación nacionalsocialista anterior al final de la guerra, y la posterior educación católica (Relatos autobiográficos, p. 83). Su resentimiento hacia la ciudad de Salzburgo es notable, llegando a incidir en su carácter destructivo para la creación, hasta el punto de afirmar: “la ciudad ya no es para él una hermosa naturaleza y una arquitectura ejemplar sino nada más que una impenetrable maleza humana, hecha de abyección y vileza y, cuando camina por sus calles, no camina ya rodeado de música, sino que se siente nada más que repelido por el lodazal moral de sus habitantes” (p. 18). En Pútrida patria, W. G. Sebald (1944-2001) habla del papel de la destrucción en el proyecto de Bernhard, como una consecuencia lógica del desmoronamiento del proyecto ilustrado. Y es cierto que, a través de descripciones como la citada, el escritor austríaco se aplica a llevar las incongruencias de la modernidad hasta su último extremo.

En El sótano, Bernhard narra su abandono de los estudios para empezar a trabajar con un comerciante en el peor barrio de Salzburgo, el poblado de Scherzhausefeld, un lugar que los habitantes de la ciudad consideran como una leprosería (p. 143). Ese descenso al sótano del comercio que se menciona ya en el título se convierte en la salvación de Bernhard según las palabras del autor. Su relación con su abuelo que, desde el primer volumen autobiográfico, se presenta como el gran aliado de Bernhard, por encima de la madre, se resiente por un momento en su nueva vida de comerciante. Pero la solidez de las convicciones del autor, el rédito que saca de su experiencia con los más desfavorecidos, estrato al que a partir de entonces asumirá pertenecer, y su retorno a las clases de música, en este caso, de canto, lo reconcilian con el abuelo y con la vida. Este es el texto en donde más se plantea la tensión entre lo inventado y lo recordado, imprimiendo tintes de autoficción en su autobiografía (p. 140).

La emergencia vital queda truncada en El aliento. Allí se narra el ingreso en el hospital de Bernhard por unos problemas respiratorios que lo acompañarán hasta su muerte. Coincide con la recaída del abuelo, que también tiene que ser ingresado en Grossgmain, el mismo centro hospitalario en el que se encuentra Bernhard, aunque en otro pabellón del hospital, y con la reconciliación con la madre, que viene a visitarlo esporádicamente al hospital. El escrito narra los problemas de Bernhard con los médicos y su rebeldía innata. La parte más sobrecogedora del libro es su testimonio de la muerte, al ser ingresado en la habitación del hospital para enfermos terminales, dada la supuesta gravedad con la que accede al centro médico. Por los ojos del narrador autobiográfico van apareciendo figuras que abandonan esta vida de una forma que compunge el corazón del muchacho que comparte lecho al lado. Para colmo de dramatismo, el libro finaliza con la muerte inesperada del abuelo.

Bernhard prepara a la persona lectora para lo que tiene que venir. El frío es el culmen del dramatismo. El texto se inicia con las consecuencias de la muerte del abuelo y, en seguida, sin apenas dar tiempo al lector, anuncia la desgracia: el cáncer que ha contraído la madre. Este es el libro de reconciliación entre la madre y el hijo, también es la parte del total que trata de indagar en el padre, sin apenas éxito. En paralelo, los problemas pulmonares del autor se recrudecen. Es ingresado en Grafenhof, una institución exclusivamente para enfermos de pulmón y para tuberculosos. Allí tiene que someterse a un férreo tratamiento. Piensa que morirá, pero se recupera por el poder de la fuerza de voluntad y por el recuerdo del abuelo. No podrá asistir a la muerte de su madre, que agoniza en otra institución médica. Pero será capaz de reunirse con ella antes de que esta fallezca para mostrarle sus primeros poemas. Ha decidido seguir la obra de su abuelo una vez este ha fallecido, aunque, como afirma: “Mi abuelo había dicho siempre la verdad y se había equivocado totalmente” (p. 340), lo que abre la puerta al absurdo en su obra. Es el inicio de una vocación que Bernhard honrará, haciéndola llegar hasta cumbres muy elevadas. Ese hecho atenúa la tragedia.

Un niño, la última de las 5 entregas, es una síntesis. Se trata de mi favorito entre los 5, si es que se puede crear una comparación en un trabajo tan excelso. Se inicia a partir de un recuerdo, el del niño que, con 7 años, arrebata la bicicleta a su tutor, aprende a mantener el equilibrio sobre ella y se lanza hacia Salzburgo sin éxito. Ese fracaso, cuyas consecuencias teme el niño, le sirve al autor para rememorar su infancia junto a sus abuelos a través de Viena, la Alta Austria y Baviera, y su difícil relación con su madre por el notable parecido con su padre (p. 412). Los recuerdos del niño que se transmiten a través de la palabra son muy vistosos. Las narraciones sobre los orígenes familiares de los abuelos resultan amenas (p. 417). También hay momentos dramáticos, como los problemas escolares o la incorporación a un centro para niños difíciles en el oeste de Alemania. Pero, en general, este es un texto iluminador, que incluye el retorno a los estudios musicales, finaliza la serie y alumbra ya el nacimiento de un escritor.

Esta breve sinopsis de las temáticas de los 5 volúmenes no permite incluir lo más impactante de la lectura de la obra autobiográfica de Bernhard. No es otra cosa que el estilo, la escritura, la capacidad del autor de recrear en la persona lectora una vida a partir de la continua repetición de unas palabras que se convierten en motivos musicales, que se repiten en el oído del lector a partir de frases largas y un único párrafo que una vez tras otra se enfrenta con el detalle del recuerdo para volver a las mismas escenas, los mismos traumas, los mismos recuerdos. Esa técnica es fundamental para afrontar la distancia entre lo que se piensa y lo que se vivió, que Bernhard se plantea una y otra vez (p. 17). Lástima que esa musicalidad de las palabras siempre se pierde en parte en una traducción, pese al excelente trabajo de Sáenz. En todo caso, no es excusa para dejar de sumergirse en esta espléndida lectura, el quinteto autobiográfico de Bernhard.

martes, 7 de agosto de 2018

Mandíbula materna - Nagari Magazine





De las 10 citas que inician el libro, tres son las de Edgar A. Poe, H. P. Lovecraft y Mary Shelley. Otras 3 son de Lacan, George Bataille y Julia Kristeva. Así que ya saben de qué va esto, de terror, pero articulado por una persona que domina la teoría literaria. Y así es, Mandíbula, la tercera novela de Mónica Ojeda, va de terror, del terror a hacerse mayores de un grupo temible de adolescentes, alumnas de un elitista colegio femenino, pero articulado de una forma sólidamente literaria, y con ecos sociológicos de El señor de las moscas.

El escrito arranca con un alto grado de intriga, y con el hecho contrastado de que Miss Clara, la profesora de lengua y literatura, recién aterrizada en el colegio, acaba de raptar a una de las chicas, a Fernanda, para darle un escarmiento. El lector se cuestiona por las razones de esta situación anómala, mientras descubre los juegos sádicos de este grupito de adolescentes, lideradas por Annelise. Esas razones están bien trenzadas en las relaciones entre las muchachas y la profesora pero, por motivos obvios, no las revelaré.

La persona lectora se encontrará mucho trauma adolescente, y mucho miedo en ese paso de pubertad. Pero no solo entre Annelise, Fernanda, Ximena, Analía y las gemelas Fiorella y Natalia, las integrantes de ese grupo de púberes fascinadas por las historias de terror y el Dios Blanco, también en la historia de Clara, la profesora, recién aterrizada en el colegio, y que esconde un episodio de vandalismo perpetrado contra ella por unas antiguas alumnas, y una relación muy tóxica con su madre, ya fallecida.

Pero a mí, la novela de Ojeda me ha parecido algo más que eso. A este lector la ha dado la impresión de que se enfrentaba a un texto moral, un escrito que criticaba la sociedad ecuatoriana, con sus desigualdades sociales, a partir del comportamiento de un grupo de adolescentes caprichosas y unos docentes trastornados. A mí, el texto me ha recordado a la operación que Mario Vargas Llosa perpetró con la sociedad peruana a partir de novelas como La ciudad y los perros o Los cachorros. Si la sexualidad ocultaba ese mundo moralmente corrompido en el nobel peruano, en Ojeda, son el sadismo, el terror y las odiosas relaciones con los adultos, las que articulan la crítica. De ahí citas como la que sigue:

“En su casa todas se sentaban muy bien e iban a la iglesia y comían con cuatro cubiertos y dos tipos diferentes de copas y usaban servilletas de tela y jamás decían malas palabras y sonreían con recato y se mantenían secas y limpias y rezaban antes de dormir y antes de comer y, en silencio, pensaban en historias de terror que de verdad asustaran porque asustarse era emocionante hasta cierto punto, pero nunca hasta el punto de Annelise, que quería mirarse de frente con el cocodrilo del manglar aunque Fiorella le hubiese dicho que tenía la lengua como el cadáver de un cóndor en los roquedales.” (p. 90)

El personaje de Annelise es el más inquietante. Se trata de un personaje maquiavélico, capaz de mover los hilos de la trama desde la crueldad y el morbo a partir de las debilidades de los otros (otras en este caso). El perfil siniestro siempre encierra un gran magnetismo para los lectores. A fe que Ojeda lo consigue activar con Annelise, mientras construye una notable empatía en torno a Fernanda.

En definitiva, quien se atreva a adentrarse por los siniestros pasadizos que propone Mandíbula, se encontrará con un excelente ejercicio literario de una autora que conoce el oficio, desarrollado con un notable uso del lenguaje, y una capacidad asombrosa para componer la trama desde distintos planos con estrategias narrativas distintas para cada uno de ellos, que alterna en cada capítulo: una focalización rayana al flujo de conciencia, el uso de voces y sonidos externos en el desarrollo mismo de la narración que me han recordado a alguno de los recursos que utiliza George Saunders en 10 de diciembre, la conversación sin acotaciones, el diálogo donde solo conocemos la voz de uno de los interlocutores, el ensayo literario. Y, por encima de todo, la metáfora de la mandíbula que da título al libro, la imagen de la madre, protectora y destructora a la vez, que toda mujer parece llevar dentro.

lunes, 30 de julio de 2018

Grande Vilas. Grande Ordesa - Suburbano

Grande Vilas. Grande Ordesa - Suburbano



La secuencia lógica de mi serie, que rompí en la pasada entrega, pretendía comparar la literatura del yo escandinava, a la que dediqué mis dos primeras entradas, con el mismo fenómeno en España, a partir del enorme éxito que ha acarreado la publicación de Ordesa, de Manuel Vilas (Barbastro, 1962). Philip Roth, el azar de su muerte, se cruzó por medio, como la muerte de los padres de Vilas se cruza por la trayectoria literaria del autor aragonés para que acabe escribiendo esta novela.

El libro de Vilas es un huracán, un terremoto en una literatura tan pudorosa y católica como la española, donde los que practican la autoficción siempre esconden su intimidad. Lo deja claro el mismo autor en este artículo. Lo explicita en Ordesa: “No me importa exhibir la vida de mi padre. Aunque en España nadie quiere exhibir nada. Nos vendría muy bien escribir sobre nuestras familias, sin ficción alguna, sin novelas. Solo contando lo que pasó, o lo que creemos que pasó.” (p. 127) Eso es mucho decir en un libro que parece no tener estructura más allá de los recuerdos del autor=narrador (en este caso), con los que la persona lectora tropieza de forma caótica.

Desde la cita inicial y la primera frase: “Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas” (p. 9), este lector se ha encontrado un escrito arrebatador. No soy el único que lo ha dicho a estas alturas, así que solo puedo sumarme a las múltiples voces que han quedado subyugadas por el verbo de Vilas.

Es largo el camino que ha recorrido el autor desde aquella discusión con el también escritor Diego Doncel (Malpartida de Cáceres, 1964). En Lausana. Allá por 2012, en un congreso en homenaje a Juan Goytisolo donde el malogrado escritor expatriado no apareció por motivos de salud. En aquella ocasión, Vilas afirmaba que el mercado siempre acaba acogiendo al buen escritor, y lo ejemplificaba en la figura de Roberto Bolaño. Ahora su perspectiva ha cambiado. No hay más que ver las duras críticas que vomita sobre el capitalismo (pp. 14-18). La crisis económica le ha pasado factura. Pero también la vida, a partir de las experiencias que él mismo relata, algunas arrebatadoras, como la borrachera que coge cuando le conceden el crédito con el que comprará su piso; o el encuentro con el campeón español de boxeo ya fallecido: Perico Fernández. Sus borracheras, su alcoholismo, se detallan en la narración, a veces con imágenes muy hermosas: “Quien ha bebido sabe que el alcohol es una herramienta que rompe el candado del mundo” (p. 91) Pero siempre acompañadas del dolor del que se sabe enfermo.

Vilas construye desde la poesía, de ahí esa supuesta desestructuración, que ilustra muy bien a partir del personaje real de la madre, una persona caótica y desordenada, como el propio narrador, en su caso, a la hora de exponer los hechos. En realidad, Vilas siempre mantiene el mismo proyecto desde sus primeros libros en prosa, como España (2008). Fue una forma de escribir que se inició con él y con la obra narrativa de Fernández Mallo (A Coruña 1967), tal como postuló en su momento Eloy Fernández Porta. Se basaba en utilizar la poesía como una guía para la narrativa, a partir de una estructuración poética de las novelas. Que la prosa de Vilas bebe de su poesía está más que claro. Eso se observa a la perfección en el epílogo de este libro que hoy reseño, donde los lectores encuentran numerosos poemas escritos con anterioridad a Ordesa, pero de los que mama Ordesa. Por eso cuesta encontrar la estructura interna del relato. Pero existe. Es poética.

Lo que sucede en Ordesa es que el yo de Vilas ha llegado al centro de ese proyecto para relatar la historia de sus padres desde la memoria. A partir de ese entramado reconstruye la vida de la clase media española durante el franquismo. Pero es una historia poética, o donde la poesía se convierte en la protagonista y los padres en símbolos líricos, como simbólicos son los nombres que da a las personas que aparecen en el texto, todos grandes de la historia de la música clásica. Vilas funda el mundo a partir de esos nombres y de las palabras de su padre, como si fuera un Dios (p. 97). Interpela a los que ya no están presentes, pese a que: “El hecho de que jamás pueda volver a hablar con ellos me parece el acontecimiento más espectacular del universo, un hecho incomprensible” (p. 121). Y construye la vida de las personas de forma simbólica a partir de los objetos de consumo: el aceite de oliva de la madre, el coche del padre. Son siempre objetos baratos y, sin embargo, sobrenaturales (p. 175). A fin de cuentas: “El pasado son muebles, pasillos, casas, pisos cocinas, camas, alfombras, camisas. Camisas que se pusieron los muertos.” (p. 218) Resulta un recorrido lógico. Pero es, además el camino a través del que Vilas acaba dando una vuelta al calcetín que llevaba en Lausana, en su discusión con Doncel. Ahora es el buen escritor quien acaba domando al mercado con esos recuerdos, aderezados con hermosas imágenes, un mercado gris y deprimente como era el de la clase media-baja durante el franquismo.

Y todo este recorrido sirve para comprender que el verdadero Vilas, si es que eso existe, dada la complejidad de las personalidades humanas, es alguien que tiene miedo: “en lo más hondo de mi psicología reina el miedo.” (p. 40) Ese miedo se huele página a página, imagen a imagen, en Ordesa: “No puedes renunciar a la catástrofe, es el gran orden de la literatura, el viento de la maldad y el viento de todas las cosas que han sido.” (p. 197)

En conclusión, por la fuerza de las palabras del texto, y la inteligencia en el uso del lenguaje, de la sintaxis, que rompe cuando le da la gana con una potencia abrumadora, de las metáforas, de las imágenes, Ordesa es el libro del año. La grandeza de Vilas, que se reinventa a cada paso, sigue creciendo. Eres grande, Vilas, muy grande.

martes, 3 de julio de 2018

Un paseo por un puñado de buenos relatos - Nagari Magazine

Un paseo por un puñado de buenos relatos - Nagari Magazine



Una vez más, inicio esta columna con una lectura muy sugerente. Me duele mucho haberla atrasado tanto. Me duele tener la mesa de mi despacho dominada por una altísima hilera de libros que me gustaría leer ya. El (poco) tiempo me impide hacerlo. Por eso me duele escribir sobre un libro que salió hace un año, obra de un autor al que sigo hace tiempo, del que ya hablé aquí. Pero es mucha la cantidad de obras que se publican. Y no ha sido hasta este mes cuando he podido leer Un paseo por la desgracia ajena, una colección de 17 cuentos, último trabajo publicado de Javier Moreno (Murcia, 1972).

Para empezar, escribiré sobre el título. Pocas veces una frase acierta tanto con el contenido de un libro como la que se utiliza para encabezar el texto de Moreno. Se trata de un acierto más destacable, si cabe, si tenemos en cuenta que se trata de una colección de piezas sueltas. Pero no hay lugar a dudas, “un paseo por la desgracia ajena” es el tema del libro.

El autor, matemático y profesor de matemáticas, no rehúye los asuntos matemáticos y filosóficos que pueblan sus anteriores obras. Sin ir más lejos, en la primera pieza: “Boca abajo”, el protagonista se interroga por la ley de probabilidades y cómo describe nuestra existencia (p. 10). Y en “El discurso del método” un narrador muy peculiar nos lleva a la reflexión filosófica. También utiliza esa ciencia ficción en tiempo real de la que hizo uso en su anterior novela y que llevó a algunos críticos a compararlo con Michel Houellebecq (en “Phoenix”, “Selfie-vamps” y “ELLO”). Pero lo que prima en este texto es la miseria de la existencia humana y cómo el autor la enfrenta a partir de estrategias narrativas. Moreno sigue indagando en el dolor cotidiano de las personas, como ya hacía en Acontecimiento, a través de su propia experiencia y de la imaginación.

Cabe decir que La escritura de Moreno me sigue impresionando tanto como la primera vez que le leí. Me refiero a ese estilo limpio, conciso que no encierra ni una frase mal escrita. En este libro, dada su naturaleza, ese estilo se combina con distintas estrategias narrativas. De esta forma, la persona lectora se encuentra con el asombroso caso de una figura del doble que no protagonizan los personajes, sino las camisas que se pone (“Dos camisas iguales”). O descubre un original juego de narradores en “El arquitecto y la modelo” para plasmar la incomunicación que existe entre el ideal y el deseo.

He dejado para el final los tres cuentos que más me han gustado. Uno es “La criada” trasunto de “Casa tomada”, de Cortázar, en el que un acomodado padre de familia se deja vencer por la alegría de su asistenta, que se bate en retirada tras la cortante respuesta de ella a una invitación: “Usted ya me paga” (p. 35). El uso del absurdo en este relato es sublime. Otro relato excelente es “Dos parejas”, por la cuidada estructura de dos hombres creadores y dos mujeres analistas que ponen sobre la mesa el discurso feminista con un desenlace final sorprendente. Y me quiero despedir con “Gota de ámbar”, el segundo cuento de la colección. El terrible final, que no revelaré, como es lógico, se me antoja la síntesis del buen hacer de Moreno. El relato se cierra con la frase justa después de que a la persona lectora se le ha presentado a través de la lectura el peor de los dramas, que Moreno hila mediante un narrador, unos diálogos medidos y unas escenas que hacer presentir lo que está por venir. Se trata de un cuento redondo, de los que dan envidia, que muestran el talento, la originalidad, la imaginación y la capacidad de introspección de su autor. Espero que Moreno siga obsequiándonos con muchos más textos de este nivel en el futuro. Espero poder leerlos en cuanto salgan. ¡Ojalá!

jueves, 28 de junio de 2018

El Nobel del Yo - Suburbano





Interrumpo la secuencia lógica de mi serie por culpa de la muerte de Philip Roth (1933-2018). No creo que podamos hablar de literaturas del yo sin detenernos en la obra de Roth, un autor del que la crítica ha dicho que toda su obra podría ser considerada como testimonial.

Eso salta a la vista en Patrimonio, en donde el escritor judío-americano narra los últimos días de su padre tras serle diagnosticado un tumor cerebral. A partir de ahí, reconstruye la vida de su progenitor. La incapacidad de ayudar a su padre, la impotencia del autor, al que el padre le reprocha que sea incapaz de dejar de escribir ni siquiera por un momento en esos instantes tan difíciles, se destila de cada página del escrito, convirtiéndolo en un testimonio del duelo. La escritura se revela como el bálsamo al que se aferra el autor para superar el trago. También es el medio a partir del que relata una vida, la de su padre, de una forma sincera y directa, recuperando su carácter controvertido, mostrándolo capaz de flirtear con mujeres mayores una vez viudo, pese a su situación.

Patrimonio es un canto a la vida pese al duelo, pero no se trata de la única forma en la que Roth enfrentó el hecho autobiográfico. Lo hizo también mediante otras estrategias más tangenciales. En La conjura contra América, Roth vuelve a utilizar la figura del padre, pero lo hace mediante un recurso propio de la ciencia ficción. El autor imagina la derrota de Franklin D. Roosevelt en las elecciones presidenciales frente a Charles Lindbergh, reconocido simpatizante del nazismo, y contrasta este hecho con las experiencias vividas en el colegio. La consiguiente radicalización del gobierno de los EEUU y el posterior ascenso del antisemitismo en América son las excusas para levantar una nueva semblanza del padre y de su dignidad humana.

También la experiencia autobiográfica es la que guía el argumento de Indignación. La novela narra la historia de un joven estudiante judío que cambia de universidad para alejarse de la tiranía paterna. Allí inicia una relación sexual con una compañera de estudios que lo descolocará. Eso y los encontronazos con el nuevo decano lo acabarán enviando a la Guerra de Corea, donde muere. En esta novela corta, Roth recupera su juventud en Newark en un entorno familiar judío, así como sus años en la universidad, trazando un relato de uno de los temas principales de su literatura: la influencia de la geopolítica, el biopoder y la autoridad en el destino de nuestras vidas individuales. La novela no la narra Roth, sino un tal Marcus Messner, pero esta no es la única voz interpuesta que utiliza Roth para narrar la experiencia biográfica, tampoco es la principal. El narrador preferido de Roth para explicar su biografía, aunque sea de manera indirecta, es su alter ego: Nathan Zuckerman. Es este quien toma la voz en una de las obras más brillantes de Roth: Pastoral americana. La novela vuelve a enfrentar al individuo con la potencia de la geopolítica en la figura de Seymour Levoy, un empresario judío de éxito que se arruina por la radicalización y posterior transformación en terrorista de su hija durante las protestas por la Guerra del Vietnam, lo que conlleva el derrumbe familiar, que coincide de forma cronológica con los hechos del Watergate. Zuckerman reconstruye la vida de Levoy, ya fallecido, así como los acontecimientos que le llevan a la desgracia. El libro está inspirado en un personaje real: Seymour Masin que, como el protagonista, se apodaba “el Sueco” y había sido una figura en el instituto, brillando especialmente en atletismo. Triunfó posteriormente en los negocios, siendo muy admirado entre la comunidad judía de Newark. Que su final haya sido tan dramático como el del personaje de Roth ya es cosa que solo el autor sabrá, pero el uso de elementos autobiográficos resulta evidente.

En definitiva, se nos va uno de los grandes de la literatura, un autor que no lo sería tanto si no hubiera sido fiel a la tradición judía de la memoria, haciendo muy buen uso de las narrativas del yo desde muy distintas perspectivas y a partir de diferentes estrategias; la muestra de que la experiencia personal es la mejor fuente de inspiración literaria. Descanse en paz.

lunes, 4 de junio de 2018

Un homenaje para W. G. Sebald - Nagari Magazine

Un homenaje para W. G. Sebald - Nagari Magazine


Aunque el libro se titula Un final para Benjamin Walter, otro autor alemán es quien planea por toda la obra. Se trata de W. G. Sebald. No en vano, Sebald fue el escritor que dio voz a las víctimas de la cultura judía que fueron perseguidas por los nazis, como Benjamin. Que en el título se haya intercambiado el orden del pensador judío-alemán de la Escuela de Frankfort es un juego irónico del autor, Álex Chico. En las páginas de su libro nos explica cómo ese fue el nombre que figuró en su certificado de defunción (p. 139).

Sebald es el aliento tras el cual crece la prosa de Chico, que es de carácter reflexivo como la del escritor alemán, más narrativa que novelesca, que le permite identificarse con el pensador al que le sigue los pasos y descubrir el enclave en el que acabó con su vida: el peculiar pueblo de Portbou. A Sebald nos lo encontramos citado en la página 25. Y el recuerdo de Campo Santo, libro póstumo de Sebald y palabra citada en la página de 43, le viene al lector a recorrer con los ojos la descripción que hace el autor del cementerio de Portbou. Hay capítulos que arrancan como un guiño al genial autor alemán, como: “Me cuesta, aún hoy, describir el estado actual, aunque las haya visitado en varias ocasiones y vuelva a ver las fotos una y otra vez.” (p. 60) Y hay reflexiones a la pintura. Tal es la mención al Angelus Novus de Paul Klee (p. 93) y, muy especialmente, a Mathias Grünewald, unos de los pintores de cabecera de Sebald, citado de forma extensa en el poema en prosa que fue su primer libro: Del natural. Es más, se puede considerar a este libro como un homenaje al malogrado autor germano y su proyecto literario cuando, refiriéndose a los restos de Benjamin, se leen frases como: “ahí no solo reposa lo que queda de un hombre, sino la suma de restos y de personas que alguna vez huyeron de la barbarie.” (p. 47) Sin embargo, al incluir a los refugiados de Siria y otras personas que sufren la persecución que padeció Benjamin en otros contextos, Chico amplía el ámbito histórico que trabajo Sebald.

También es un homenaje a Portbou, ese pueblo que se construyó aceleradamente con la llegada del ferrocarril a la frontera y que, en las descripciones de Chico, parece que va a acabar engullido por el paso del tiempo, porque, como Sebald, el autor entreteje el relato de viaje en la narración —de ahí la cita de Jorge Carrión (p. 109)—. Chico se detiene en sus habitantes, en los artistas que han recorrido sus calles buscando la huella de Benjamin, como Dani Karavan, o que habían iniciado allí su propia carrera artística, como Frederic Marès. Es en esa parte del relato, donde Chico se separa del homenaje y construye su propia lírica. Utiliza frases encadenadas hermosas y profundas: “Aún no sabía que existen territorios que sí se crean y se destruyen. Pueblos, como Portbou, que nacieron de la nada y se encaminan hacia ella. Lugares que desaparecen de la misma forma que llegaron, sin que nadie lo note, como si comenzaran a borrarse de un lienzo que volviera de su estado anterior y se quedara otra vez en blanco” (p. 65). Me gustan especialmente las disquisiciones que Chico hace respecto a la narración (p. 133 y p. 191), más allá de la novela, porque eso es lo que me parece el libro, una narración novelada que utiliza técnicas de la ficción, mucho más que una novela que utiliza técnicas narrativas de la no ficción. Y es en este plano, el de la descripción de Portbou, donde encontrará al personaje que sustituirá a Benjamin en su imaginario como un nuevo pensador errante en la figura de Sílvia Monferrer.

Se llega al epílogo: “La densidad del círculo”, que para mí es la cúspide del libro, en donde volvemos a encontrarnos con el fantasma de Sebald. Como este, Chico menciona su primera publicación, un poemario, y como el autor alemán, Chico trata de cimentar su prosa desde ese poema. Allí, en dos párrafos finales que no citaré para evitar spoilers, se nos revela la naturaleza del escrito, y todo el mensaje que que encierra esta búsqueda: la búsqueda de Benjamin, la búsqueda del arte…

domingo, 3 de junio de 2018

Otra voz - Suburbano

Otra voz - Suburbano



La crítica ha identificado en el éxito y la narrativa de Karl Ove Knausgård, el escritor que protagonizó el inicio de esta serie sobre literaturas del yo, los ecos de una tradición confesional protestante muy propia de los países escandinavos, en la que el individuo abría su interior para dejarlo en carne viva, como sucede con la autobiografía del pintor Carl Larsson (1853-1919) o los diarios del filósofo Søren Kierkegard (1813-1855). Dentro de esa tradición podría incluirse una obra que salió coincidiendo con la publicación del ambicioso proyecto del autor noruego. Estoy hablando de Otra vida (Destino, 2015), del afamado dramaturgo y escritor sueco Per Olov Enquist (Hjoggböle, 1934).

El libro habla, sencillamente, de la vida de Enquist, pero lo hace desde una perspectiva diferente a la que realiza Knausgård. El recurso fundamental del texto es el uso de la tercera persona para describir la vida del autor. El título alude a ese recurso. De esta forma, el escritor sueco no es más que otro personaje dentro de la historia, un niño huérfano que crece en una aldea rural de Suecia hasta trasladarse a Uppsala, hacerse un escritor de éxito y acabar al borde del suicidio en su vejez por culpa del alcoholismo.

La parte más importante del libro es la primera, en donde se relata la infancia de Enquist junto a una madre pietista, protestante ferviente, que impregna de culpabilidad y humildad la infancia del niño. El conflicto entre el infante pietista que va para párroco con la aquiescencia de la madre, y el chaval al que le gustan los tebeos de Flash Gordon y el fútbol queda perfectamente reflejado. También la lucha de clases que esa tensión encierra. Todo el relato, que el autor sueco construye de su vida con estilo contenido y conciso, está condicionado por esa infancia. Eso demuestra que la estructura del libro está muy bien pensada. Por otra parte, el crudo análisis que hace del niño bueno que encierra secretos es un tipo de disección literaria que se echa en falta en la literatura en español, siempre emparentada con la autocompasión cuando se habla en primera persona. De la misma forma, la figura del maestro aparece aquí de una forma muy distinta a la de la tradición hispana. Mientras que en la literatura en español la figura del maestro siempre está asociada con la ilustración de las clases subalternas, en la literatura escandinava el maestro es un representante de la democracia liberal que está enfrentado con la clase obrera.

También se hace hincapié en “las encrucijadas de la vida” (p. 106), que cambian nuestra existencia. En su caso, cómo, al no haber sido admitido en la escuela de magisterio, Enquist inicia la que será una exitosa carrera intelectual forzado por las circunstancias.

Sin embargo, el tiempo de la infancia se extiende en demasía y, sobre todo, se desaprovecha el recurso más destacable del libro. No se utiliza toda la potencia que otorga la tercera persona, que permite ser duro con todos los personajes del relato, incluido el principal, que no es otro que el autor, en aras de la humildad que predica el narrador el todo momento. Al contrario, el texto encierra pasajes muy codescendientes: “Muchos años más tarde, durante sus vidas innegablemente exitosas, conservarán esa mutua y tolerante simpatía” (p. 152). Y en ningún momento se entra en la intimidad del autor. Se narra la biografía del personaje público, no la intimidad de la persona.

Esa es la gran diferencia con Knausgård, más allá del uso de la tercera persona, aunque también encierre puntos en común: el uso de la narración fragmentaria, y el drama del alcoholismo, que parece estar muy presente en los escandinavos que rebasan la barrera de los 40 años. Sin embargo, Knausgård lucha por tener éxito en la literatura, y eso es lo que nos narra desde su intimidad. No por haber tenido éxito se ve en la obligación de contar su vida como Enquist, quien, por otra parte, tiene la suerte de estar siempre en el lugar y el momento adecuados, como resulta ejemplo su testimonio de los atentados en la Olimpiada de Múnich de 1972.

Este es un libro que podría haber escrito cualquier narrador bien documentado porque no aporta nada de aquello que la persona lectora desconoce de Enquist. No alude en ningún momento a sus relaciones familiares, al fracaso de su primer matrimonio que apenas deja entrever (“Hacer que su vida privada funcione le resulta difícil, algo de lo que no se siente nada orgulloso” [p. 337]), a la relación con los hijos, a las raíces de la crisis que lo aboca a la bebida. El interior del autor queda cerrado. Solo se sincera con sus problemas de alcoholismo. Pero en ese caso, lo hace porque es un secreto público entre los miembros de su familia y entre sus amigos. Para haber sido un niño pietista, resulta extraño que esconda tanto su intimidad.

En definitiva, creo que el libro puede ser importante para la sociedad sueca, no tanto para las sociedades hispanas. Muestra el camino hacia la liberalidad que ha hecho famosos a los escandinavos en un momento en que se reivindican los logros de mayo de 1968. Me duele hacer este juicio porque llegué al escrito por recomendación de dos personas en las que confío plenamente. Sin embargo, la del narrador que utiliza Enquist en Otra vida no es una voz íntima. Se trata de otra voz, la del personaje famoso. Y ese es un tipo de literatura que no es de mi interés.

lunes, 14 de mayo de 2018

Otras narrativas - Nagari Magazine

Otras narrativas - Nagari Magazine



Breve, así consideré la literatura del escritor peruano-americano Salvador Luis (Lima, 1978) al valorar su anterior libro de relatos: Shogun inflamable. En su nueva entrega: Otras cavidades (Elektrik Generation), sigue siendo breve, pero ha añadido nuevas características a su estilo, además del sadismo que ya presidía su anterior libro, lo que enriquece su escritura y también la literatura escrita en español con nuevos referentes hasta ahora ajenos.

El primer atributo, aunque no es nuevo porque ya figuraba de forma enmascarada en sus anteriores obras, es la intertextualidad. Entre las historias cortas de Salvador Luis la persona lectora encontrará a un César Aira que se enfrenta a un segundo César Aira (“Animales sin salida”); a Zelda, la mujer de F. Scott Fitzgerald (“La desquiciada bailarina Zelda Sayre”); y a un Thomas Pynchon con tendencias psicopáticas (“Status panicus”). Salvador Luis, muy aficionado a la cultura pop, incluye a estos personajes literarios en su particular universo pop junto a Charles Mason y otros nombres que aparecen en sus libros anteriores. Estos personajes literarios reales, ahora de papel, llevan al autor a enfrentarse a una serie preguntas metaliterarias sobre el entramado de la ficción. En el caso de Zelda y su relación con Scott, por ejemplo, el narrador se pregunta: “¿quién es el personaje y quién el autor? ¿Existe un universo sayriano que contiene el universo de Fitzgerald? ¿Existe Scott sin Zelda?” (p. 18) Esos elementos metaliterarios conformarían el segundo de los atributos de las narraciones de Otras cavidades. El tercero es la experimentación, muy del gusto del autor, aquí ampliada con el uso del texto en la página, tal vez con la idea de la pantpágina de Vicente Luis Mora en mente a la hora de componer los relatos. El fragmento es el protagonista de la página en “Un tiburón en el patio”. Pero es especialmente en “Late Victorian Holocaust”, el último cuento y el más extenso, también el que más me gustó, donde, además de experimentar con imágenes y espacios, y jugar con referentes de la cultura pop, se observa mejor la importancia del fragmento en la escritura de Salvador Luis, otorgándole todo el protagonismo: “Una apertura en negro que absorbió la placidez de nuestra bohemia citadina” (p. 154). En el estilo del autor no es el único recurso experimental. También se identifica a partir del uso de listas (“Coreografía para principiantes de coreografía”, “Querida madre”) A todos esos atributos se une el Salvador Luis más psyco killer (psycho killer literario, se entiende), el de “Voz de un aliado”, “En las zanjas” o “El primer cementerio” —“Status panicus” sería una síntesis entre el anterior Salvador Luis y el autor que se nos presenta a través de estos relatos—; y su gusto por la ciencia ficción (“El Nuevo Teatro Anatómico”, “Versus”, “Post-Apocalyptic City [of Amoeba and Dust and Wind]”), la fantasía (“Coreografía para principiantes de coreografía”, “Un tiburón en el patio”) y el terror (“Querida madre”); y por todos los subgéneros considerados como periféricos por la literatura en español en el pasado, sin menospreciar la profundidad en sus planteamientos (“Arthur Shopenhauer y el meltdown”). No en vano “Versus”, otro de los relatos más destacables nos hace pensar sobre nuestra fanática dependencia de la tecnología en un mundo programado por su obsolescencia.

En cuanto a la escritura, como en sus anteriores entregas, el estilo de Salvador Luis sigue siendo sencillo pero complejo y conciso. Se trata de una suerte de disección de las sombras que se ocultan tras los seres humanos, plagada de pequeños detalles que cambian la percepción de quien lee. Los recursos, sin embargo, se han ampliado, Salvador Luis sigue siendo un maestro de la brevedad, pero ahora incluye más elementos vanguardistas extraídos de su experimentación, y los combina con otros, como los diálogos sin acotaciones (“Versus”), la enumeración, el fragmento, un uso más vanguardista de la página y las imágenes, o el monólogo interior que ya utilizaba con maestría. En definitiva, la literatura de Salvador Luis forma parte de esas otras narrativas que, desde la experimentación y la asimilación de la periferia, acabarán por transformar la narrativa mainstream en español.

viernes, 27 de abril de 2018

Su lucha - Suburbano

Su lucha - Suburbano



En su Diccionario de las artes, Félix de Azúa utiliza una historia para ilustrar la categoría “artista”. Recurre a una anécdota, la de los judíos que eran transportados en largos trenes de mercancías hasta los campos de concentración del Tercer Reich. Los viajeros forzosos se organizaban en aquellos compartimentos opacos, sin ventanas, para que uno de ellos pudiera llegar hasta lo más alto del vagón. Allí había unas rendijas que permitían ver el exterior. El elegido narraba el trayecto. Solo aquellos que capturaban la atención de los demás con su narración permanecían en esa posición de privilegio. Azúa compara a estos elegidos con el concepto de artista, con la función del artista en la sociedad.

Es importante retener esta imagen a la hora de valorar la producción desde la literatura del yo que está teniendo lugar en este momento. De la misma forma que no se puede hablar de ese tipo de literatura en 2018 sin hablar de Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968), el escritor noruego que, en 2009, a sus cuarenta años recién cumplidos, decidió poner negro sobre blanco toda su vida en una autobiografía en seis volúmenes que abarca más de tres mil páginas, y que ha recorrido con un éxito prodigioso las audiencias literarias mundiales, aunque con una recepción no exenta de polémica.

El recurso fundamental que utiliza Knausgård es el no recurso. No hay máscaras tras las que esconderse. El autor se presenta al lector exponiendo su intimidad de forma peligrosa, presentando sus amores y desamores, sus borracheras, sus actitudes, su vida familiar y, sobre todo, la conflictiva relación con su padre. Todo ello le ha granjeado una serie de quejas públicas —de su primera mujer, de otros escritores— y alguna demanda judicial —de la familia de su padre—, además de un éxito literario sin precedentes para un autor noruego. Ha vendido casi medio millón de ejemplares de la primera entrega de su lucha: La muerte del padre, en un país de cinco millones de habitantes. Aunque se vendieron poco más de treinta mil ejemplares en EEUU, un país donde el consumo de libros es elevado, ha conseguido la admiración de nombres tan destacados como Zadie Smith, Jeffrey Eugenides o Jonathan Franzen. Sus obras se han traducido con notable resonancia a varios idiomas, en castellano en Anagrama, que el mes que viene publicará la sexta y última entrega, la que más relaciona la polémica cita que titula la saga con el escrito histórico de Hitler.

Pero una obra tan extensa que se publica en tan poco tiempo —el escritor necesitó tan solo de dos años, escribiendo más de diez, a veces hasta veinte páginas al día— también ha encontrado detractores. A partir de la metodología del autor, resulta evidente que se trata de una prosa sencilla, que solo por momentos brilla con comparaciones poéticas del tipo:

“Lo que yo percibía de las habitaciones era lo muerto, lo que se me resistía, y no como la muerte en el sentido de vida que se interrumpe, sino como ausencia, de la misma manera que la vida está ausente de una piedra, un vaso de agua, un libro. La presencia de nuestro gato Mefisto no era lo bastante fuerte como para reprimir este aspecto de las habitaciones, yo sólo veía el gato en la habitación vacía, pero si entraba algún ser humano, aunque sólo fuera un bebé, eso desaparecía. Mi padre llenaba las habitaciones de desasosiego, mi madre las llenaba de dulzura, paciencia, melancolía, y, a veces, cuando volvía muy cansada de trabajar, también de una suave y sin embargo notable subcorriente de irritabilidad. Per, que jamás pasaba de la entrada, la llenaba de alegría, ilusión y sumisión. Jan Vidar, que hasta ahora era el único de fuera de la familia que había entrado en mi habitación, la llenaba de terquedad, ambición y camaradería. Lo interesante surgía cuando había varias personas juntas, porque no cabía más que una, máximo dos huellas de voluntades en una habitación, y no siempre la más fuerte era la que más se notaba. La sumisión de Per, por ejemplo, la cortesía que mostraba hacia las personas adultas, resultaba a veces más fuerte que ese carácter lobuno de mi padre” (La muerte del padre, pp. 121-122).

También es lógico que apenas haya trama en la historia normal de un hombre normal, tal como la ha definido el propio autor. Pero eso conlleva monotonía. Algunos lectores desengañados se han quejado del aburrimiento que les provoca la lectura de las obras del noruego. Sin embargo, ¿se puede considerar que la escritura de Knausgård es un bluf? ¿No se encuentra ningún tipo valor literarios en su literatura?

Para responder a estas preguntas solo puedo echar mano de mi experiencia lectora, como el autor noruego echa mano de su experiencia vivida para escribir sus libros. Debo decir que la primera entrega de la serie me pareció difícil. Cuesta entrar en un libro que empieza reflexionando sobre la muerte en la sociedad contemporánea para pasar de un salto a algunas vivencias infantiles del autor. Ese es el volumen en que a este lector le queda la impresión de la aburrida existencia de Knausgård, sobre todo, en el fragmento en el que narra su primera borrachera, un fin de año. ¿Quién no ha pasado por lo mismo? ¿Es ese un acto existencial heroico que merezca una narración? Sin embargo, la segunda parte, donde narra el descenso a los infiernos del padre, muerto por una complicación médica tras unos años de absoluta dejadez etílica, junto a la dramática decadencia de la abuela paterna, da algunas pistas del estructurado plan que el escritor noruego tiene y anima a continuar la lectura.

Por suerte para este lector, la segunda entrega es completamente distinta. Empieza con un ritmo endiablado en el que se observan desde primera fila las vivencias de un matrimonio con tres hijos en sus vacaciones. Es una escena sencilla pero no exenta de las tensiones en las que se reflejan la ansiedad, la rabia y el resentimiento de la vida cotidiana. Cualquier padre se vería reflejado en ese extenso pasaje. En el tercero de los libros, Knausgård se sumerge en su infancia y en la desgarradora existencia con un padre maltratador. Para las siguientes entregas, el autor evoca su experiencia como docente en el norte de Noruega con apenas dieciocho años —la cuarta— y deja sus inicios como escritor para la quinta.

De todas las posibles virtudes literarias de la autobiografía de Knausgård, yo resaltaría la planificación que desarrolla a lo largo de ella. Ese plan mental que mencioné previamente. El autor elije los recuerdos de forma que acaban convirtiendo los textos en novelas. Y estructura los volúmenes de manera que hasta que la persona lectora no está bien entrada en la mitad de la saga, no descubre el grado de crueldad que el autor sufrió de su padre. Con anterioridad apenas ha ido dejando adelantos. No debe ser fácil cuando estás contando tu vida de corrido. Has de tenerlo todo ya muy claro en tu cerebro. También resaltaría la construcción de los personajes, en especial, la del padre, que no solo protagoniza la primera entrega con su muerte y la tercera con las palizas de la infancia, sino que aparece desde distintos prismas en todos los libros. Es así como el autor nos da una visión poliédrica de un personaje fascinante pero terrible, un ser que se consume en una agonía que se sintetiza en la rigidez y la arbitrariedad durante la infancia y adolescencia del narrador, para pasar a atenuarla mediante la autodestrucción a partir de la separación de su mujer y el posterior compromiso con el alcoholismo pasados los 40 años. Se trata de una respuesta individualizada a lo insoportable de la existencia que el autor solo describe sin entrar en juicios más profundos en una narrativa que, por otra parte, está plagada de juicios.

La obra de Knausgård es un reflejo de la reacción social que, ante el simulacro de ficción que parece querer copar la realidad, ha empezado a emerger en la literatura y entre los lectores. Es un hecho del que ya advertía el escritor Miguel Ángel Hernández a raíz de su reseña sobre la última novela de Delphine de Vigan: Basada en hechos reales, que abunda en este debate, una realidad que en su momento me pasó desapercibida a la hora de valorar La mala sangre, la novela de Gabriel Goldberg, escritor argentino radicado en Miami, que es otro gran exponente de esa literatura. Otra cosa es que esa narración “auténtica” lleve a la monotonía y, en el caso de Knausgård, esté escrita con una sencillez que no será del gusto de los lectores estilísticamente más exigentes.

En conclusión, lo que más me gusta de Mi lucha no es la voz del narrador, sino la mirada a través de la cual nos presenta una vida particular, que todos sabemos que se inspiran en la realidad sin ambages. Esa mirada entronca con el valor estético más reseñable: la capacidad de elevar esa monotonía a un nivel superior, tal como hace el narrador de la anécdota de Félix de Azúa, el hombre que va camino de su holocausto, pero es capaz de narrar de forma poética aquello que pasa por delante de sus ojos.